Los documentalistas Ernesto Ardito y Virna Molina incursionan en la ficción con Sinfonía para Ana, una película basada en el libro homónimo de Gaby Meik, que relata una historia de gran valor testimonial sobre el amor adolescente y la militancia en la década del setenta.
Sinfonía para Ana recorre la historia de una adolescente argentina desde su entrada al Colegio Nacional Buenos Aires, a los trece años, en 1974, en la última presidencia de Perón, hasta un par de meses después del golpe de estado en 1976. A partir de una voz en off, Ana (Isadora Ardito) narra esos años desde su propia perspectiva adolescente.
Al igual que el libro, la película consigue reproducir sus emociones y sentimientos a medida que avanzan sus recuerdos. Cuenta su vida cotidiana, su militancia en la escuela y fuera de ella, sus primeros amores, el despertar sexual, la revelación contra sus padres y principalmente su amistad con Isabel (Rocio Palacin). Este vínculo es el principal motor para verbalizar sus vivencias y contarle a su gran amiga su visión de las cosas. Ambas compañeras del Nacional comparten no sólo los mismos ideales y afiliación peronista sino también el anhelo por vivir el amor verdadero.
Los conceptos de Ana sobre el amor no resultan tan claros en el momento de amar ya que sufre por haberse enamorado de Lito (Rafael Federman), un joven que milita en el partido comunista. Su propia agrupación ejerce presión y busca su distanciamiento. El corazón de Ana está dividido entre dos pasiones: Lito y la militancia. Al mismo tiempo, la experiencia de crecer y la ilusión por vivir se verán alteradas por el cruel contexto político del golpe militar.
La película une los sufrimientos propios de la adolescencia como el desamor, las amistades y los conflictos familiares que representaba militar contra la derecha en la década del setenta que derivó en la persecución, los secuestros, el exilio y, hasta incluso, la muerte. La idea es reflejar cómo en esa situación política los jóvenes de trece a quince años se hicieron cargo e intentaron una transformación colectiva. Esa convicción por un mundo mejor está presente en cada escena. “Quemaron todo”, pronuncia Ana al principio.
El miedo es otro de los ejes que recorre el relato. No sólo el miedo que ella experimenta sino también el de sus padres, el de los profesores y el de sus compañeros. El terror por perder a alguien cercano, de salir de la casa, de no saber cómo van a terminar las cosas.
El hecho de estar filmada en el Nacional ayuda a la reconstrucción histórica. Durante la dictadura militar fue el colegio más golpeado por su activismo político. Desaparecieron 108 alumnos, entre ellos Magdalena Gallardo de quince años que fue detenida y desaparecida el 8 de julio de 1976. Y a quien Gaby Meik, la autora del libro, homenajea y utiliza como inspiración para crear a Ana. La fascinante arquitectura del edificio le da una carga nostálgica y visualiza cómo, en esos años, fue un eje de liberación y una cárcel para quienes lo habitaban. Y sirve como comparación con la educación secundaria actual donde en las aulas se habla de política, se generan debates, paneles, reuniones y asambleas que sirven como espacios para informar y discutir. Todas las decisiones apoyadas entre pares que ayudan a transformar la realidad porque un colegio organizado y con ideales genera sin lugar a dudas un pensamiento crítico.
En una época donde el negacionismo en relación a lo que pasó en la dictadura militar está presente y cada vez más exacerbado, este tipo de películas ayudan a deconstruir y transportan a una realidad distinta a la que muchas veces nos tratan de imponer. Sinfonía para Ana sirve para unir las voces de las generaciones perdidas con las actuales y ayuda a mantener la memoria presente, porque aunque muchos no lo quieran ver a todos nos atraviesa.