Una experiencia sensible
Sinfonía para Ana , primer largometraje de los documentalistas Ernesto Ardito y Virna Molina -basada en la novela homónima de Gaby Meik -, exhibe desde el comienzo y con absoluta claridad el fundamento de sus pretensiones: la recuperación sensible de una experiencia decisiva. No cualquier experiencia, sino la que vivió una joven estudiante del Colegio Nacional Buenos Aires durante los años previos al Golpe Cívico Militar de 1976. “Nos quieren hacer creer que esto nunca existió. Pero es mentira. Fue lo mejor que viví. Me desespera cuando se me borra un rostro, un momento, un gesto. Porque es como matarlos. Mi único refugio son los recuerdos”, expresa con tristeza la voz –en off- de Ana (Isadora Ardito), la protagonista de la historia, mientras se observa una cinta de grabación en funcionamiento que comienza a quemarse, como así también ciertas cartas de amor, fotos y otros signos de inmediato reconocibles de un período y una identificación política determinada (un ejemplar de “El descamisado”, un libro de J. W Cooke, etc.).
La propuesta del film de Ardito y Molina no esconde demasiados secretos: contar esos recuerdos y exorcizar el olvido. El relato que inaugura la voz de Ana se traslada a comienzos de los años 70, cuando ella y su amiga Isa (Rocío Palacín), con tan solo quince años, descubren en simultáneo las vicisitudes de un doble viaje iniciático: el amor adolescente y la práctica política. Los primeros escarceos amorosos, la novedosa participación en asambleas encabezadas por estudiantes comprometidos, la feroz avanzada represiva, el trágico desenlace. Así entonces: enamorarse y discutir política. La narración, alternada con algunas imágenes de archivo (Plaza de Mayo en el regreso de Perón, el asesinato de Mugica, la muerte del General, etc.) y la realización efectiva del falso archivo (por ejemplo, cuando Ana e Isa formalizan su bautismo político en la Plaza de Mayo), buscará afirmar todo el tiempo esa vinculación. Ana comienza a militar en la UES (Unión de Estudiantes Secundarios) y, paralelamente, se enamora de Lito, que milita en el PCR (Partido Comunista Revolucionario). La diferencia partidaria provocará un conflicto que atentará contra el encuentro afectivo.
A partir de una precisa reconstrucción de época (no solo el vestuario y el mobiliario, sino también una eficiente circulación de aquellas marcas reconocibles de la época, desde Cortázar hasta Sui Generis y Spinetta) y, especialmente, mediante un ostensible amor por cada uno de sus jóvenes personajes, la película logrará conquistar escenas de gran emoción.
El problema que plantea Sinfonía para Ana –y que plantean a fin de cuentas la mayor parte de las películas que trabajan en el mismo período- podría ser el siguiente: cómo narrar sin caer en una declamación estereotipada de los acontecimientos –de las experiencias de vida- que marcaron a fuego a muchos militantes de base en la previa y durante la última dictadura. Como si por momentos a la película le costara apartarse del continuum significante establecido para ficciones de este tipo. La presencia constante de una banda sonora empalagosa y solemne terminará por afectar al conjunto de la narración. En su afán por evidenciar el idealismo romántico de los estudiantes del Colegio Nacional de Buenos Aires desaparecidos por el terrorismo de Estado –gesto que en definitiva no hace otra cosa que vaciar de sentido la fuerza de sus convicciones, la magnitud compleja de su rebelión-, la película decide dejar de lado la oportunidad de suscitar nuevas preguntas sobre una etapa fundamental de la historia argentina. Acaso porque sea otro su interés: manifestar la marcada sensibilidad de jóvenes soñadores.