Es complicado analizar una película como “Sinfonía para Ana” (2017) de Ernesto Ardito y Virna Molina, realizadores documentalistas que se introducen en la ficción con la lucha y resistencia que en la última dictadura cívico militar realizaron un grupo de jóvenes del Colegio Nacional Buenos Aires.
Complicada la tarea porque claramente habrá que discernir entre el clamor del reconocimiento e identificación, la subjetividad (siempre presente) ante la mirada que se realizan sobre los hechos, y la propia historia determinante de cada individuo. Esto claro no resta méritos al enfocar el relato, como nunca antes en la ficción, en el propio núcleo de la vida política de los convulsionados años ’70.
Adaptando la novela de Gaby Meik, narrada en primera persona y con un material de archivo que suma y que funciona como bisagra entre las escenas, Ardito y Molina, depositan hábilmente en la pantalla la historia trabajándola desde las complicaciones sentimentales de una joven atrapada entre dos amores, cada uno, con características políticas diferentes.
Protagonizada por la propia hija de la dupla de directores, Isadora Ardito, la Ana que compone tiene la dosis justa de inocencia para introducirse a partir de los sentimientos en el mundo de la política. Mientras se debate entre uno u otro candidato, el Colegio comienza a vislumbrar los cambios que fuera de las aulas inician el largo y sangriento camino que la dictadura desandó para neutralizar y homogeneizar pensamientos.
Ana lucha por sus sueños, pelea dentro del propio seno de su hogar entre la libertad total de pensamiento y el autoritarismo que su madre aplica en cada tarea cotidiana, la más mínima, la aún más imperceptible.
Ardito y Molina cuentan esta historia de amor y de anhelos de cambios, con sencillez y naturalidad, reconstruyendo de manera impecable la época y agregando elementos claves como en su banda sonora para configurar un panorama único del tiempo que relata. Hay sí un contraste notorio en las actuaciones, que imposibilita un total acercamiento a los hechos que cuenta, el elenco adulto, con una Vera Fogwill impecable, marca un pulso de interpretación que no así está logrado en los más jóvenes.
Diálogos ambiciosos, dichos de manera poco convincente, resienten una propuesta que podría haber quedado en el recuerdo de la cinematografía autóctona por ser una de las pocas que, gracias al oficio de los directores, trasladara su narración a una época virulenta, convulsionadas, plagada de fervor y aciertos por parte de los jóvenes.
“Sinfonía para Ana” es un acercamiento certero, pero no preciso, tal vez por la poca distancia que toma de los hechos que narra y el débil cast que tiene, al pasado reciente que aún sigue brindando historias para repasar aquello que no queremos que vuelva a suceder.
Por esas intenciones, por el amor que se respira en cada escena, por el cuidado de los detalles que configuran cada situación, es que vale la pena verla, no así por sus actuaciones o por algunas licencias que en el desandar de los hechos se terminan tomando.