La primera Sing ranquea entre las mejores películas animadas de la última década, con su épica de desclasados con vocación artística y final alla Show de los Muppets, totalmente efectivo incluso después de verla varias veces. Esta segunda entrega es, desgraciadamente, menos de lo mismo: sí, animalitos que cantan; sí, versiones de hits pop; y sí, un cuento de un viejo rocker que no quiere volver al ruedo y hay que convencerlo.
La voz del viejo rocker la pone Bono, y a esta altura -disculpen los fanáticos de U2-, puede pensarse que el hombre, en el cine, resta. Quizás no sea su culpa, sino que el realizador Garth Jennings solo pensó en los golpes de efecto del primer film en lugar de pensar por qué funcionaba, qué tenía -tiene- de encantador, qué lo volvía fresco y novedoso aunque la historia hubiera sido contada millones de veces desde que existe el cine musical.
Quedan en pie un diseño apabullante (lo que no siempre es bueno) y un poco de simpatía; lo otro, lo sustancial que proveía toda la emoción y el placer, quedó fuera del inventario.