Bamboleo Animal
Illumination nos trae su segunda película en lo que va de año y alejándose del desmadre al que nos tiene acostumbrados con una historia que le da importancia a sus personajes y sus problemas diarios al ritmo de la radiofórmula.
Ya sin el apoyo de esas entrañables y divertidas criaturas amarillas llamadas Minions, de las que tuvimos este año un disfrutable cortometraje como telonero de The Secret Life of Pets (2016), Chris Renaud y Yarrow Cheney, los estudios de Illumination/Universal, nos entregan una historia coral, una fábula del siglo XXI donde un grupo de animales con diferentes aspiraciones intentan hacer cumplir sus sueños gracias a la música. Con unos vertiginosos travellings y barridos a lo largo de la ciudad se nos presentan cada una de las diferentes historias de este relato creando desde los primeros minutos una empatía con cada personaje, incluso con el que podría resultar más moralmente reprobable por su conducta (Mike el ratón), que a la larga se convierte en todo un acierto ya que sus acciones aportan la acción necesaria e incluso uno de los puntos de giro fundamentales para la historia de caída y resurgimiento de Buster Moon y sus acompañantes.
Tenemos, además, un giro de 360 grados por parte de la productora ya que con el filme se intentan apartar de esa juerga continua, del slapstick desenfrenado que nos venía ofreciendo desde sus inicios con Desplicable Me (2010) de Pierre Coffin y Renaud, apostando ahora por un tono algo más serio y realista (demasiado para lo que nos tenía acostumbrado Garth Jennings, director de The Hitchhiker’s Guide to the Galaxy, 2005) dando unos problemas cotidianos y cercanos al espectador con los que se enfrentan día a día, así como un poco más de moralina propia de toda fábula que se precie, sin llegar a los extremos a los que nos tiene acostumbrado Pixar y acertando de lleno en la incorporación de elementos algo más irreales, pienso en la divertida solución que fabrica la Rosita, la cerdita para poder cuidar la casa y asistir a los ensayos o el original uso que se le da en el escenario a unos calamares de colores fluorescentes dando una espectacularidad poco antes vista en un escenario, y que le acerca sin duda a esas películas musicales de los setenta/ochenta a los que homenajea en espíritu.
El otro acierto de la película es ofrecer un amplio espectro del panorama musical con la que se identifican y van experimentando cada uno de los personajes, sin salirse demasiado de los tándemes de la radiofórmula pero sí siendo lo suficientemente eclécticos para que puedan ser disfrutados por casi todos los paladares musicales que vayan a ver la película (hay algo hasta de los Gypsy Kings), algo a lo que ayuda también los variados y muy bien planificados números musicales que van apareciendo a lo largo del filme hasta llegar a un clímax final muy deudor del que se vio en The Muppets (2011), de James Bobin, donde van relacionándose cada número con el siguiente hasta el número final, broche de oro para la gala y que recuerda a aquella actuación de Susan Boyle en Britain’s Got Talent.
Cierto es que quizás peca de perder un poco del ritmo acelerado del que va haciendo gala antes de su acto final y que los problemas que nos proponen no son demasiado originales y han sido vistos muchas veces y mejor plasmados, pero la vocación de hacer disfrutar al espectador siempre está ahí y se agradece que no intente aspirar a algo mucho más trascendente (los problemas de prácticamente todo el elenco femenino podrían haber dado para algo mucho más lacrimógeno).