Para cualquier cinéfilo será menester la clasificación. Sale naturalmente cuando se concurre mucho al cine. Más allá de las intenciones del autor audiovisual de marras, es el público que va relacionando la proyección con la memoria de lo visto antes. Desde el afiche de “Sing, ¡Ven y canta!” se adivinan tres cuestiones obvias:
1) Es una película del género de animación
2) Es musical
3) Está directamente emparentada con el tipo de producciones televisivas que hacen gala del sentido de la oportunidad para cualquier ser humano que se anime a enfrentar un desafío, en este caso, el de cantar.
Desde “American idol” hasta “Glee”, pasando por “High school musical”, “Camino a la fama” etc, etc, se ha hecho un “mega pop” de la cultura pop. El éxito como meta final, independientemente de quién lo logre,. “Sing, ¡Ven y canta!” transita por ese mismo camino, pero asume un riesgo al decidir el punto de vista desde el cual se cuenta el cuento.
Supongamos que el guionista de éste estreno se sienta a contarnos la historia como para tentarnos ir a verla, pero abierto a que lo interrumpamos con preguntas. Si es sincero con lo visto en la proyección de prensa debería empezar más o menos así:
- Esto ocurre en una ciudad grande, tipo Los Ángeles, habitada por animales
- ¿Por qué animales?
- Porque si no hay que contratar actores, bailarines, etc, etc y es más caro
- Bueh…
- Esto ocurre en una ciudad grande tipo Los Ángeles habitada por animales
- De todas las especies. Buster Moon (Voz de Mathew McConaughey doblado por Benny Ibarra) es un Koala…
- ¿Por qué un koala es el productor?
- Porque es un animal raro
- Bueh…
- Moon es un koala que hace rato no pega una en la producción de espectáculos. Al principio lo vemos con la señotita Crawley (voz del propio director Garth Jennings doblada por Gloria Obregón) su fiel secretaria quien le anuncia que un grupo de artistas está en la puerta para reclamar sueldos atrasados
- Moon es un garca, digamos…
- Si, pero simpático. No es mal tipo. Sólo que las cosas no le van bien, y…
Y así durante todo el metraje en el cual grandes y chicos deben arrancar de una premisa en la cual habrán de simpatizar con un personaje que no parece sentir mucho remordimiento frente a un reclamo legítimo. Una piedra en el camino hacia la empatía con un protagonista que, lejos de hacerse cargo del problema, se escapa por la ventana. Como siempre, tendrá su momento de aprender la lección, etc, etc.
Aquí se presenta un dilema moral interesante que los guionistas pasan por alto a favor de imponer la idea de que cualquiera puede tener la oportunidad de triunfar. Una suerte de obligación tácita que apunta a conceder los manejos nefastos del productor que juega con los sueños ajenos.
Es curioso también la falta de originalidad con la tangente, porque nunca el guión se ocupa de parodiar la “gran idea” que Moon tiene para salir del pozo: convocar a gente común (animales comunes) a participar de una selección de talentos que competirán para ver quién es el ganador de una suma escueta de dinero. Por error de impresión, la suma pasa de 1,000 a 100,000 dólares, cifra que a hoy día tampoco parece cambiarle la vida a nadie.
“Sing, ¡Ven y canta!” se aferra a una fórmula que cuenta con la supuesta complicidad de un público masivo que ya vio este tipo de concursos en la tele, y por ende no habrá de reparar en la falta de escrúpulos del protagonista por seguir adelante con un proyecto injustificado desde su concepción: prometer lo que de entrada se adivina imposible de cumplir. Hasta ese punto entramos. Concedemos. Hay sensación a guión políticamente incorrecto estilo “Los Simpsons” o cualquier producto de Seth mcFarlane, incluso algo de South Park si hablamos de animación.
Aquí ocurre lo contrario. Al escribir un guión que se compadece y justifica las acciones de un productor de estas características, el discurso transita por lugares cínicos, y si bien no estamos para criticar eso, lo cierto es que extraña la ausencia de situaciones que contradigan las acciones del personaje principal. Desde la instancia de casting, descartando personajes que proponen aristas mucho más interesantes que los finalistas (un caracol pegado al micrófono o una jirafa a la cual no le llega el mismo), hasta la decisión de limpiar autos con el propio cuerpo para salir de pobres (¿alegoría al sub empleo?), todo parece forzar la gracia a partir de un humor más físico que profundizado, o de personajes delineados a partir de cierta lástima forzada, salvo alguna excepción como Mike (voz de Seth McFarlane doblado por Leonardo Sbaraglia)
Es curioso, la estructura narrativa es absolutamente convencional e inherente a las características de una idea más televisiva que cinematográfica, y eso que se trata de salvar un teatro tradicional tipo el Cervantes. Hasta ese amague nos “comemos” al principio.
Por momentos es fácil confundirse entre algunos gags bien logrados con canciones cuyas letras funcionan como remates (“My way”, por ejemplo) y algo de humor físico. En este aspecto, se puede decir que la dirección de Garth Jennings no está exenta de dinamismo, sobre todo en la primera media hora, aunque luego se “ameseta”. De hecho, las canciones aletargan el relato, como ocurría en las viejas producciones con Palito Ortega o Donald, cuando las mismas servían como muestra para vender más discos en desmedro del ritmo narrativo.
Así y todo, la música es la verdadera estrella aquí. Algunos clásicos re-versionados edulcoran el oído. Sólo eso. ¿Los chicos la van a pasar bien? Es muy probable. Los grandes posiblemente (si recuerdan las melodías reemplazadas por el doblaje). También está en carrera para discutir una nominación al Oscar pero hay demasiado buen material para que este producto llegue. El año pasado ganó ese rubro “Intensa-mente”, de Pixar. No se va a superar fácilmente esa propuesta. Hay que ver cuánto están dispuestos los miembros de la Academia a bajar el nivel.