Nuevo triunfo del cine de animación.
Un koala empresario teatral decide organizar un concurso de canto para salvar su vieja sala y se anotan, entre otros, una cerdita, un ratoncito y un gorila. Todos los personajes tienen un feeling muy cercano, que ayuda a sostener el film junto a las canciones y los gags.
Al título de Sing le falta algo: el signo de exclamación después del verbo. Del verbo en inglés. Arrastrado por el carácter indeclinable del koala protagónico, este nuevo triunfo del cine de animación contemporáneo (sin dudas y por motivos que habría que investigar, la veta más productiva del Hollywood actual) es un decidido pum para arriba, que hace salir al espectador de la sala en estado de exclamación. Por más que sea un producto hiperindustrial –de Illumination Entertainment, la compañía detrás de Mi villano favorito–, Sing, ven y canta tiene un feeling artesanal, como de fatto in casa. No es por la terminación ni por el diseño, sino por los personajes, a los que se siente muy cercanos. Y también por muchos toques que revelan a la clase de creadores que se sienten, a su vez, muy cerca de sus personajes. Hay aquí un nombre clave, el de Garth Jennings, realizador y guionista británico que diez años atrás debutó con la traslación de la novela de culto de Douglas Adams Guía del viajero galáctico a dedo, inmediatamente después entregó la joyita El hijo de Rambow (aquí editadas ambas en DVD), y luego se refugió en la grabación de videoclips y comerciales de televisión. Jennings es el director de Sing, con ayuda del especialista en animación francés Christophe Lourdelet.
Seguramente el hecho de que los protagonistas sean un koala, una cerdita, un gorila, una puercoespina y así sucesivamente, ayuda a enrarecer una historia que de otro modo hubiera dejado mucho más a la vista sus déjà-vues. Empresario teatral tan optimista y tan loser como el Danny Rose de Woody Allen, a Buster Moon (voz de Matthew McConaughey en copias subtituladas) se le ocurre organizar una competencia de canto y baile, por un premio de 1000 dólares, para levantar su derruida sala. Varias torpezas al hilo cometidas por su secretaria, la achacosa lagartija Karen Crawly, hacen que el premio suba de 1000 a 100.000, y que el aviso del premio vuele por toda la ciudad, formándose una fila nunca vista a las puertas del teatro. Allí hacen cola, entre otros, Rosita (voz de Reese Witherspoon), una cerdita con veinticinco hijos que sueña con retomar sus sueños de adolescencia; el ratoncito Mike, crooner agrandadísimo (no por nada en las versiones dobladas es argentino, con voz de Leo Sbaraglia); la elefanta adolescente Meena, sumamente acomplejada con su cuerpo (la notable cantante Tori Kelly, ex American Idol) y el gorila Johnny, un baladista introvertido, con la mala fortuna de ser miembro de una familia de ladrones.
Tres mechas permiten a Sing mantener el fuego encendido, desde tres direcciones. Una son los personajes, todos con caracteres bien definidos y generadores de empatía. O lo contrario, en ocasiones. Al ratoncito Mike, por ejemplo, dan ganas de matarlo. Hasta que toma el micrófono, grande como él, y lo usa como Sinatra (detalle de conocedores desde detrás de cámara). Cuando llega la hora de la gran presentación es cosha golda, porque a esa altura el espectador ya no es espectador sino hincha, y puede llegar a festejar cada canción como un gol. Esa, la de las canciones, es, lógicamente tratándose de un musical, otra de las mechas. El soundtrack, generoso, es tan ecléctico que va del Spencer Davis Group a “Bamboleo”, de Leonard Cohen a Taylor Swift, y de la vieja “Venus” de The Shocking Blue, a un tema especialmente compuesto por Stevie Wonder para la ocasión. La última mecha es la del gag, que incluye un ojo de vidrio sumamente saltarín de la señorita Crawly, un cajón de escritorio de funciones habitacionales, unos calamares que no cantan ni bailan pero iluminan, unas zorritas japonesas inmunes a toda expulsión y el impetuoso cerdo-glam alemán Günther, que es un gag en sí mismo, en todas y cada una de sus apariciones.