Puro pop animal
La película de animación logra grandes picos de intensidad recién sobre su desenlace. Cuenta con las voces de la “China” Suárez y Leonardo Sbaraglia en su versión doblada.
Desde el minuto cero, la reminiscencia de Sing: ven y canta con Zootopia es sospechosa. No sólo porque se recrean ciudades con animales antropomórficos en donde las especies determinan el matiz psicológico (en Zootopia, por ejemplo, los zorros no eran de fiar, mientras que aquí los gorilas son delincuentes); ambos filmes apuestan por una jovialidad cosmopolita, una integración excedida de optimismo que desvanece las limitaciones físicas y culturales, siempre en pos de revelar un yo interior, el amor por una vocación oculta, el poder de los sueños, el sí se puede.
Esta vez nos demuestran cómo un surtido de animales alcanza el estrellato en el mundo de la música. Como son amateurs, un koala dueño de un teatro en bancarrota oficia de coach. El relato adopta en su primera mitad el esquema de un reality show, con guiños a America´s Got Talent y American Idol.
Lo contraproducente del filme es la ramificación narrativa por participante, generando un abanico de relatos constreñidos y de escasa maduración. Quizás en una serie, estas subtramas encontraban su parcela justa, pero dentro de un largometraje, los conflictos derivan en un muestrario simplificado de traumas: una chanchita ama de casa, un gorila afeminado sin aprobación paterna, una elefanta con pánico escénico, un ratón engreído, una puercoespín que no deja fluir sus sentimientos, etcétera.
Esta multiplicidad deja sabor a estrategia de marketing antes que a jugada conceptual. Sólo cuando la película decida agrupar a los animales y entenderlos como personaje en manada, el asunto logrará encarrilarse, encontrando móviles colectivos que solidifiquen la idea. El problema es que eso sucede justo cuando la película empieza a extinguirse.
Al filme tampoco lo beneficia cierta toxina retro-nostálgica-solemne. Ya en el diseño de los decorados y en la confección de los personajes, se reivindica al cartoon clásico. Garth Jennings, guionista y director, parece añorar un arte al servicio de lo genuino y verdadero, un arte despreocupado por la fama.
Claro que el desenlace crea una paradoja discursiva monstruosa, en donde los animalitos se distribuyen el beneplácito del público de manera equitativa, sin competencia alguna. Raciones idénticas de ovación para todos, una egolatría comunista en donde el éxito será un bien garantizado para aquellos que perseveraron. Si uno no lo piensa tanto, esta moraleja tramposa emociona.