Sin entrar en la realidad de nuestro país en cuanto a los hechos de violencia civil y doméstica, uno puede imaginar las expresiones de horror en los Estados Unidos cuando vienen noticias como las de un pibe entrando en un colegio muñido de una ametralladora para acribillar a maestros y compañeros de clase. No son pocas las novedades de este estilo provenientes de allí y, más allá de los análisis psicológicos y sociológicos que puedan realizarse al respecto, lo cierto es que un hipotético título estilo: “Los chicos norteamericanos están masacrando a los adultos y al sistema”, puede generar diferentes tipos de espejos, y en el cine de terror todo eso se magnifica.
Por ese camino pareciera querer transitar “Sinister 2”, segunda parte de una primera que en 2012 andaba sólo por los rumbos de la ficción sin dobles lecturas. En aquella oportunidad un escritor de casos policiales estremecedores encontraba una caja con viejas películas en super 8 en las cuales veíamos asesinatos terribles. “Papita pal loro”, pensaba en ese entonces el personaje de Ethan Hawke que podía tener material bien a mano para un nuevo best seller, pero el punto es que todo eso estaba filmado con el propósito de convocar una suerte de demonio que se le aparecía al ocasional espectador.
Esos cortos llegan ahora a las manos de Dylan (Robert Daniel Sloan) y de su hermano Zach (Dartanian Sloan. Sí, son hermanos en la vida real). El primero tiene conexión directa con cinco fantasmitas de su edad que están muy ansiosos de hacerle ver las películas. Por un lado, porque de no hacerlo el conocido demonio les va a dar una paliza “ectoplasmática”, y por el otro, para lograr sumar a Dylan a las filas de los chicos asesinos de sus propias familias. Incluso hay, para que el sadismo no tenga eufemismos, una suerte de competencia a ver quién es más cruento para liquidar a sus progenitores.
Supongamos que la dirección de Ciaran Foy obedece pura y exclusivamente a la amistad con el guionista y realizador de la primera, Scott Derrickson (en esta ocasión sólo guionista). Podríamos decir que hay un buen manejo de la tensión, una discreta pero correcta construcción de los personajes, y algunos golpes de efecto que funcionan mejor cuando la banda de sonido no se empeña en aturdir al espectador. En este sentido cumple con lo esperable.
El problema de “Sinister 2” está en un guionista que, contrario al contenido de la primera, no termina por decidirse entre una mirada ácida sobre la naturaleza violenta de la sociedad pre adolescente de Estados Unidos, o una simple película de terror. Ambas cosas pueden coexistir perfectamente, pero aquí interfieren una contra otra dejando trunca la certeza de lo que se está viendo. El terror como género, a partir de la escena en la que uno de los chicos sale corriendo hacia una iglesia en adelante, sufre de abandono de verosimilitud. El discurso, lo más jugoso de esta producción, queda sumergido en lo anecdótico. En especial con la última toma. Así, las buenas virtudes que se insinúan dejan poco para recordar hasta que se estrene la tercera. Habrá que ver por cual vertiente se deciden.