Con todo el morbo en la cabeza
No hay suspenso, sí torturas, no hay incertidumbre y sí la certeza de lo que va a venir a continuación...
Los que disfrutamos -es una manera de decir- la Sinister original hace tres años aplaudíamos lo macabro de su trama, la actuación de Ethan Hawke, como el escritor de novelas criminales que llegaba a una casa en medio de la nada con su familia a escribir precisamente una novela, y que lo truculento era, en síntesis, lo de menos.
Había allí una historia, una manera de relatarlo, suspenso. Y sí, algún que otro golpe de efecto.
Nada de ello hay en Sinister 2.
El viejo truco de retomar una idea para exprimirla hasta lo indecible parece ser el motivo de la realización de esta película. Aquí sí que hay morbo, porque hay que ser retorcido para pensar, escribir, filmar y mostrar cómo niños masacran a sus propias familias, sea quemando, enterrando, electrocutando y siguen los verbos.
Una madre (Shannyn Sossamon, que ha sufrido ya en varios filmes del género) escapó de un marido y padre golpeador, y con sus hijos gemelos creen encontrar la paz en una casa rural donde lo que no encontrarán será precisamente la paz. Hay películas en Super 8 filmadas por espíritus de niños manejados por un ente malévolo, los chicos tienen visiones, y el que parece miope es el director, el irlandés Ciarán Foy. No hay suspenso, sí torturas, no hay incertidumbre, sí la certeza de lo que va a venir a continuación. Más de lo mismo.