Competidora en el New York Film Festival y en el Festival de Cine de Berlín, está basada en las propias experiencias del director. Quien comienza el proceso creativo de la película desde un lugar puramente instintivo y primordial como deseo a explorar su propia identidad, llevándolo a la construcción cinematográfica. En el joven Yoav, autoimpuesto exiliado huyendo del ejército israelí, es la visión nacionalista de un desertor y la visión humanista de un libertario. Allí, observamos a un joven intenso y desbordado de una mixtura de fragilidad y amabilidad, pero -a la vez- una explosión de violencia que define la identidad del personaje en su carácter contradictorio. Una violencia implícita espejada en el sentido de exclusión, cultural e idiomática, que padecen los inmigrantes y se no muestra en un relato que no está exento de humor e ironía. Dejándonos como reflexión que la barrera política del lenguaje en sí es a menudo donde la identidad golpea el muro de la nacionalidad, y donde la tensión entre lo íntimo y lo social golpea un muro político inevitable. Ocupando un lugar preponderante en el relato, esta segregación es retratada de manera cínica y fría como un símbolo de la barrera nacionalista, enfatizando así el muro específico de odio y exclusión amortiguada. En la piel del personaje protagonista, se refleja necesario lidiar con los arquetipos parisinos para resignificarlos bajo su propia idiosincrasia, legado y bagaje cultural. La redención como una lucha interna que no tiene frontera, como los países. En busca de su destino, morir como israelí y nacer como parisino se reflejan en la necesidad de escaparse para salvarse de la absoluta alienación.