Sobre la identidad en la inmigración.
El director de este film, Nadav Lapid, antes de marcharse a París y antes de ejercer una carrera en el mundo del cine (Policeman y La maestra de Jardín), había servido en el ejército, fue cronista deportivo, estudió filosofía, y también fue escritor de cuentos. Es por eso por lo que en Sinónimos: un israelí en París (una coproducción entre Francia, Israel y Alemania) el protagonista funciona como el alter ego del realizador.
Acá seguimos a un joven y apuesto judío que se refugia en París con el objetivo de romper todo vínculo de su vida pasada. La familia, la religión, y la cultura quedan atrás para ser relegados por el reconocido lema francés “Libertad, Igualdad, y Fraternidad”. Yoav, este joven judío (protagonizado por Tom Mercier), busca olvidar el estado militarizado y cruel de Israel para llevar a cabo su búsqueda de libertad en la tierra donde nacieron los derechos del hombre moderno.
Una vez despojado de su anterior identidad israelita, Yoav buscará forjarse una nueva personalidad al amparo de unos mitos socio- culturales que a la larga también terminará por decepcionarlo. Y son ni más ni menos estas libertades desarrolladas la que lo ayudan a descubrir un escenario cínico y hostil, en el cual sus contactos ocasionales y el afán de sobrevivir en una tierra desconocida lo llevan de a poco al desencanto y a la necesidad de regresar a su país.
Nos encontramos ante una película donde poco importa el desarrollo de una lógica temporal, y donde su relato de corte no naturalista se encuentra repleta de frases o imágenes que no responden ante un desarrollo sentimental o psicológico. Es un film no convencional que navega en búsqueda de metáforas con la misión de formar una reflexión sobre la masculinidad, la inmigración, y la identidad.
La fotografía, que resulta ser la gran aliada para llevar a cabo esta película, se encuentra llena de recursos cinematográficos los cuales logra utilizar sin ninguna incoherencia: primeros planos o planos americanos, ángulos diversos y variados, noches, colores, imágenes agitadas o imágenes fijas. Todo estos recursos a merced de una construcción narrativa que se deja llevar por la sensualidad en las miradas y por la superficialidad de los escenarios para decantar en este producto audiovisual que, si bien puede resultar difícil para algunos espectadores, esconde un encanto innegable.
Se podría decir entonces que el filme funciona como un heterodoxo ejercicio de auto- ficción que medita constantemente sobre la condición del inmigrante, y donde irónicamente deberíamos recurrir a antónimos para poder describirla de una manera más artística: estéril y exuberante, tímida y enérgica. Una sorpresa bien dirigida.