Un pasaje hasta ahí
Los juegos del hambre: Sinsajo Parte I tiene varios problemas que suman para hacer de esta tercera película la más floja de una saga que si bien no era ninguna maravilla, hasta el momento tenía un par de ideas interesantes y presentaba un entretenimiento algo más complejo que lo habitual en este tipo de propuestas destinadas al público adolescente masivo. En primera instancia, es problemática la división en dos partes del último libro porque evidentemente no le han encontrado la vuelta a la dosificación de la información y la acción, y este segmento redunda en diálogos explicativos y un quietismo de la puesta en escena que refuerza las características de solemnidad que ya habían aparecido con su director Francis Lawrence en En llamas. Y segundo, esa seriedad excesiva en el tono del relato atenta contra lo más interesante que ofrece la obra original de Suzanne Collins: su mirada satírica sobre la construcción del mito heroico/revolucionario.
Esta Sinsajo Parte I es definitivamente una obra para fanáticos o para quienes la han venido siguiendo por mera curiosidad; quienes se sumen ahora no entenderán qué hace Katniss Everdeen en los subterráneos del Distrito 13. De hecho no sabrán quién es Katniss, ni qué demonios es el Distrito 13. La película no hace nada por incluir a nuevos espectadores, y ese es un gesto bastante inteligente y autoconsciente. También, y eso de nuevo es un valor de la obra de Collins, es evidente aquí la progresión de los personajes y de la historia, que se diferencia de lo que ocurría en En llamas, donde todo parecía una reescritura más trágica de la primera parte. Aunque la ausencia de los Juegos le quita posibilidades de aventuras y suspenso a la historia, y eso se siente en el interés ante la falta de algo que reemplace el centro narrativo.
Lo que se sigue explotando aquí más o menos con inteligencia es el lugar de incomodidad de la protagonista, una heroína a su pesar, que si bien ya no es carne de cañón del Capitolio (el poder autoritario) sí es el centro de interés de la rebelión, trabajando su imagen como aquel Che Guevara de las remeras, con una parafernalia marketinera digna de estos tiempos y que miran con cinismo el lugar y la construcción del mito: ahí se luce el malogrado Philip Seymour Hoffman, lejos el mejor personaje y la mejor actuación de Sinsajo Parte I. Son los momentos más atractivos, aunque se vuelven reiterativos y redundantes, y apelan a un humor que hubiera precisado de un director con más sentido del ridículo.
Tal vez el mayor gesto fatuo de Los juegos del hambre: Sinsajo Parte I sea el excesivo interés que se deposita en el romance Katniss-Peeta, que en una saga más politizada como esta luce innecesario dado el carácter anodino del personaje masculino, pero que se entiende como ancla emocional funcional dentro de una historia por momentos demasiado fría y distante para el mainstream adolescente al que va destinado. Esto, y el más que evidente carácter de película de transición hacia el final, es lo que pone a Sinsajo Parte I contra las cuerdas, al borde del aburrimiento y el sopor. Sobre el final algunas cosas se acomodan, Lawrence demuestra que el montaje paralelo sabe ser un buen amigo del suspenso y la película se despide prometiendo que todo lo interesante estará en la última entrega. Nos hubieran avisado antes.