Finalmente llegó. La culminación de la mejor saga adolescente se ha estrenado y ahora sí, se puede hacer una lectura más importante porque, como decíamos el año pasado en esta misma página, al dividir el último capítulo en dos el análisis quedaba corto frente a lo abrupto del final y a la falta de desarrollo de las líneas argumentales planteadas en la tercera parte.
“Los juegos del hambre: Sinsajo - El final” comienza en el punto exacto dejado hace un año. Los rebeldes comenzaron a usar a Katniss Everdeen (Jennifer Lawrence) como líder mediática para unir a los sobrevivientes de los distritos en rebelión contra el Capitolio presidido por Snow (Donald Sutherland), el que a su vez perdió a su prisionero ideal, Peeta Mellark (Josh Hutcherson), convertido al oficialismo luego de un lavado de cerebro, a manos de los rebeldes. Peeta casi ahorca a Katniss, quien ya se había pronunciado como aliada a Coin (Julianne Moore) y al vocero Plutarch (Phillip Seymour Hoffman) para lograr el derrocamiento y el fin del régimen.
Así las cosas. Desde el comienzo de este último capítulo la progresión dramática se parece más a un clímax constante, con algunas transiciones, que a la estructura propuesta hasta ahora en las dos primeras, lo cual era de esperar porque estamos frente al guión adaptado del 30% restante del libro en el que se basa. A lo largo de las dos horas y pico de duración iremos atando cabos finales, despidiendo personajes y cerrando el costado político inherente a toda revolución, con alguna vuelta de tuerca que en definitiva se transforma en lo más atractivo del discurso.
Contrario a varios argumentos esgrimidos por ahí, “Los juegos del hambre: Sinsajo - El final” no es una película bélica, aunque por supuesto hay enfrentamientos. Es más, si es por eso la primera parte de este final se parece más a una de guerra que esta. Lo que se cuenta aquí es el final del camino elegido por la protagonista y lo que arrastra consigo como consecuencia. Los elementos sobre el paño narrativo son el avance hacia la mansión de Snow para asesinarlo (cuestión que, para no desaprovechar puntos de rating, también se televisa), y desenlace de la historia de amor con la que se viene coqueteando desde los primeros minutos de la saga.
En el avance de los rebeldes hay un previo preparativo de miles de trampas emplazadas en la ciudad, instalando de hecho la fidelidad al mensaje original concebido por Suzanne Collins en sus tres libros: los medios como máquina devoradora de la juventud y de la explotación del morbo como justificativo para cualquier espectáculo. También hay lugar para mostrar la descontextualización de la información y para una batalla mediática entre Snow y Coin. En este sentido, la figura de Katniss se erige como la esperanza. Los jóvenes como bastión de la ruptura de las estructuras culturales impuestas por los mandatos generacionales anteriores. Si la rebelión es cultural, la tetralogía de “Los juegos del hambre” instala eso en el esqueleto de esta gran aventura.
El director Francis Lawrence, responsable de las tres últimas, ha logrado no moverse un centímetro del concepto principal, del sub texto literario, y así logra un discurso coherente que se mueve dentro de la lógica propuesta desde el inicio. Por el lado narrativo, no estamos frente a otra cosa que un final, y como tal los tintes épicos aparecen por todos lados, los personajes tendrán su momento de redención y a cada cual le tocará lo suyo. El trabajo de todo el elenco es lo suficientemente sólido como para no poder disociarlos de estos personajes. Difícilmente se pueda pensar en alguien distinto para interpretar estos papeles.
De factura técnica impecable y con un ritmo que balancea convenientemente las transiciones con la acción, “Los juegos del hambre: Sinsajo - El final” es un gran final. Como se merecían los fans y cualquier espectador del buen cine pochoclero.