Revolución y star-system
Los caminos de las sagas cinematográficos son más curiosos que los caminos del señor. Por ejemplo, en el caso de Los juegos del hambre, la saga vio cómo su incipiente promesa Jennifer Lawrence se convertía en el camino en una estrella interplanetaria del cine. Así, lo que en un comienzo era un producto que estaba un poco a su disposición, terminó convirtiéndose en algo sólo justificado por su presencia. El crecimiento entre protagonista y franquicia no fue parejo, Lawrence se devoró todo con su carisma. Más allá de que los conflictos de la historia están centrados en su personaje Katniss Everdeen, la saga fue perdiendo progresivamente las dimensiones de los personajes secundarios. Lo curioso es que la saga logró así una particular simbiosis con la realidad, ya que la Katniss objeto del deseo del poder halla en su sacrificio ciertas similitudes con el derrotero emocional de la actriz, objeto del deseo del poder del mainstream hollywoodense. Lawrence se entrega en cuerpo y alma, en definitiva, a un producto que no merece del todo su talento arrollador. Pero que se vale de su presencia para montar su parafernalia discursiva.
Este cierre de la historia, que padece en su primera hora la falta de tensión que arrastraba de la primera parte de Sinsajo, es una buena síntesis de lo dicho anteriormente. Sinsajo – El final casi no tiene escenas en las que Katniss no aparezca, todos los sucesos y eventos están puestos en función de cómo impactan en la protagonista, así lo que pierde de vista el film es la mirada del pueblo y del plan superior que ella representaba. Así, el discurso sobre las masas, el poder político y los medios de comunicación, se desvanece subrepticiamente para centrarse pura y exclusivamente en Katniss: la sátira del primer capítulo fue reemplazada por una gravedad soporífera. Ni el Glade de Liam Hemsworth, ni el Haymitch de Woody Harrelson, ni el Snow de Donald Sutherland, ni el Plutarch de Philip Seymour Hoffman, ni la Coin de Julianne Moore, ni la Effie de Elizabeth Banks, ni el Flickerman de Stanley Tucci, que tuvieron sus momentos de gloria, tienen aquí peso como para balancear un relato que potencia demasiado el derrotero del héroe individual, contradiciendo un poco la interesante mirada política que tenía la franquicia para el estándar de productos adolescentes que se ven hoy en el cine. Todo viró al Katniss-centrismo, al Lawrence-centrismo.
Los juegos del hambre transitaba sobre tres patas fundamentales. El camino de la heroína a su pesar que representaba Katniss; la mirada sobre el poder (el totalitario y el revolucionario) y el uso y abuso de los medios de comunicación; y el periplo romántico de la joven, balanceándose entre su deseo (Peeta) o el compromiso (Glade). Sinsajo – El final toma una decisión mortal para la propia construcción épica del film: elige como centro entre sus tres tópicos, el menos interesante, el del triángulo amoroso, jugado con una frialdad y torpeza en determinadas resoluciones que llaman poderosamente la atención. El epílogo bucólico, sin entrar en spoilers, le resta potencia a un film que en determinado momento, y cuando las escenas de acción se acumulan con ese espíritu más lúdico que alentaban los Juegos del primer y fundante capítulo, tiene un brío aceptable. En ese sentido, la presencia de Francis Lawrence en la dirección fue un acierto. El tema es que la acción y la tensión fueron desapareciendo progresivamente, para que tome protagonismo una discursividad obvia y estática.
Lo único más o menos relevante que pasa en este desenlace, es que definitivamente Katniss toma decisiones y se apodera de su vida y su destino: y en verdad hay que ver hasta dónde sus decisiones son sus decisiones, o una serie de impulsos generados a partir de eventos que impactaron en sus emociones más primarias. Esa es la revolución que obtiene la saga, pequeña si la ponemos en relación con lo que se venía contando hasta aquí. Pero Los juegos del hambre pasó de contar sobre tributos sacrificiales, a rendirle tributo a su estrella principal -que encima se ganó un Oscar en el camino-, y sacrificar lo interesante que tenía para contar. Los Snow que comandan Hollywood, por esos caminos insondables que hablábamos al comienzo, pasaron de una saga con potencialidad de sátira a una franquicia ganada por la auto-importancia y el mármol de lo trascendente, donde el discurso sobre la rebelión de las masas es reemplazado por el desarrollo de una heroína individual, a espaldas del pueblo y ni siquiera tiene la inteligencia de ver lo irónico en ese movimiento. El star-system no es un buen lugar para comenzar revoluciones.