Cuando el río suena
El Río Bermejo está allí, avanza, fluye y ocupa el centro de este documental etnopoético, Sip''ohi el lugar del Manduré, dirigido por el joven Sebastián Lingiardi, con guión de María Paz Bustamante, presentado en el BAFICI y ganador como Mejor Documental en el 21° Festival de Marsella.
A diferencia del anterior proyecto que trasladaba al difícil terreno de la ficción un policial, protagonizado y hablado en dialecto wichí y toba que recogía mitos propios de esa cultura llamado Las pistas - Lanhoyij - Nmitaxanaxac (Bafici ’10), en este segundo opus lo ficcional surge como parte conceptual en materia de representación en el que la tensión entre imagen y relato juega un papel preponderante.
Al igual que ese Río Bermejo, el film, desde su propia estructura narrativa, hace que un relato primario avance y fluya pero al mismo tiempo reciba otras vertientes o capas narrativas, que en definitiva conforman la virtud y los aciertos de la propuesta para la cual la voz en off por un lado y las narraciones orales a cargo de los propios wichís por otro concentren el proceso inconcluso de lo que significa la transmisión oral de las leyendas entre generaciones.
El conjunto de mitos y leyendas elegidos para conformar la base del documental de Lingiardi cuenta con un denominador común que no es otro que una cosmovisión wichí y la mirada sobre los fenómenos de la naturaleza, incorporando la mitología, la figura del antihéroe pero siempre bajo el compromiso de no traicionar la tradición, la cultura y la identidad.
Reparo que incluso el mismo trabajo de Lingiardi junto al gestor de la idea, que ya había participado en Las pistas…, Gustavo Salvatierra, quien además es profesor bilingüe y en el caso particular de este film el pivot que regresa a su tierra natal en el impenetrable chaqueño en busca de la preservación de la oralidad y la titánica tarea de la multiculturalidad para con las generaciones wichís más jóvenes.
De esta manera, muchas veces el peso de la palabra en pantalla desplaza el valor de la imagen aunque Lingiardi y su equipo lograron romper con la dialéctica de la representación y conducir así al espectador desde una mirada más profunda y poética para recoger la riqueza de las historias y las posibilidades simbólicas detrás de cada relato como por ejemplo el que narra la relación de los wichís con el fuego o el que ubica en escena a Takjuaj, una especie de espíritu supremo que no se puede representar con una imagen y para quien se utiliza la pantalla en negro, cuyo protagonismo en los cuentos marca siempre un ciclo donde la vida y la muerte están presentes pero también la chance de volver a nacer.
Ese volver a nacer se conecta con aquel Río de la cultura wichí, que pese a las piedras o a la falta de inteligencia para abarcarlo sin reduccionismos sigue en la búsqueda de otros afluentes para hacerse más fuerte y así comenzar a sonar.