Horror memético
Slender Man (2018) es una película de terror tan inepta, genérica y desprovista de imaginación que hace que La monja (The Nun, 2018) parezca en retrospectiva el pináculo del esplendor gótico.
La existencia de la película parte con dos desventajas: el monstruo - un coco espectral que allá por 2009 era tema favorito en el trucaje de fotografías tétricas en ciertos foros de internet - es irrelevante hace años, y en 2014 su nombre quedó indeleblemente relacionado a un intento de homicidio. Atrapado entre el temor a la demora y el temor a la controversia, Sony ha terminado lanzando la película como quien se saca la tarea de encima: sin ganas, sin esfuerzo y sin vergüenza.
Por demanda de la distribuidora la clasificación por edad de la película tuvo que ser reducida, el guión tuvo que ser reescrito y hasta el montaje original tuvo que ser descuartizado más allá de la lógica de acción o continuidad. El resultado es un producto demasiado ininteligible aún para gozar el cuestionable honor de ser un film de terror mediocre. Aún si la película no estuviera agujereada como se la presenta hoy - con elipsis insólitas, cortes sinsentido, personajes desaparecidos y narrativas inconclusas - nada sugiere que había una visión motivando la génesis del proyecto.
La trama, o lo que se infiere como tal, reúne un cuarteto de chicas adolescentes en un pueblito anónimo compuesto por una escuela, un bosque, cuatro casas y una calle mal iluminada. Luego de ver en internet un video maldito que tiene todo que envidiarle al de La llamada (The Ring, 2002) las chicas empiezan a encontrarse, una por una, con fenómenos sobrenaturales que no responden a ningún sentido salvo el de asustarlas. Una por una desaparecen; supuestamente por “Slender Man”, aunque el montaje las olvida igual de indiscriminadamente.
No hay gran arte en la composición del director Sylvain White, que proviene de la televisión y filma como tal. Cuando una de las chicas habla el director dedica diligentemente planos singulares a cada una de las otras, para que sepamos que están escuchando. La película prueba suerte en distintas localidades en teoría atemorizantes - un bosque, un hospital, una biblioteca - pero no da con la atmósfera en ninguna de ellas. Los sets se reciclan tanto que las cuatro casas de las cuatro chicas podrían ser la misma, lo cual rinde una metáfora apropiada para el hecho de que las chicas también son indistinguibles entre sí. Las actuaciones del reparto, desde las protagonistas hasta el elenco de adultos que las rodea, son entumecidas y rayan la recitación.
¿Qué le queda a Slender Man? Algunas imágenes sueltas que, con el contexto adecuado, podrían llegar a surtir efecto. La criatura en sí es interpretada por Javier Botet, que daba miedo en la serie REC (2007-2012) y La cumbre escarlata (Crimson Peak, 2015) y como distintos cocos en otras películas. Dado que el modus operandi de Slender Man es quedarse parado el contorsionista no tiene gran espacio para inyectar personalidad o temor al monstruo. Claro que el movimiento es antitético al aura espeluznante de un ser que nunca fue tan espantoso como cuando apenas se vislumbraba, borroso y diminuto, en el fondo de una fotografía en blanco y negro. Toda la película, incoherente como ha quedado y recargada de melodrama y sustos baratos, es antitética a la sutileza que hizo del monstruo alguna vez algo atemorizante.