Renovación sin traicionar el espíritu original
Casi 18.000 tiras cómicas publicadas en más de 70 países a lo largo de seis décadas. Cuatro largometrajes pensados para la gran pantalla y más de tres docenas de especiales televisivos. El mundo de Charlie Brown, Snoopy y demás amiguitos humanos y animales no es una novedad para nadie y su influencia en la cultura popular del siglo XX –no sólo en el terreno de los comics– resulta inconmensurable y genuinamente universal. Quinto largo oficial luego de una interrupción de 35 años, Snoopy y Charlie Brown Peanuts, la película, producida por el equipo de animación Blue Sky Studios (responsables de, entre otras, las sagas Rio y La era del hielo), dirigida por Steve Martino (Horton y el mundo de los Quién) y coescrita por el hijo y el nieto del creador de Peanuts, Charles M. Szchulz, cargaba sobre sus hombros con la responsabilidad de actualizar tecnológicamente ese universo familiar y célebre. Porque, condición aparentemente sine qua non para la animación mainstream contemporánea, si no es mediante trazos con volumen digital y en 3D... no se existe. ¿Cómo presentar una galería de personajes profundamente enraizados en la memoria colectiva a una nueva generación de espectadores jóvenes sin traicionar al fan o al adulto conocedor de psicologías, rasgos y ambientes?La respuesta fue no traicionarlos en absoluto, aunque potenciando al mismo tiempo la velocidad, la acción física y los aspectos más infantiles de una tira pensada originalmente para un lector de cierta edad (al fin y al cabo, Peanuts es hija dilecta del psicologismo de los 50 y el humanismo de los 60, como una de sus herederas locales, Mafalda). Por esa razón, la película es, sucesivamente, entrañable, entretenida, monótona, graciosa y esencialmente trivial. Más allá de los gags previsibles pero renovados con algo de brío (la imposibilidad de Charlie de hacer volar un barrilete, el berretín de Snoopy por la literatura, los amores contrariados de algunos miembros de la pandilla), Peanuts, la película está estructurada alrededor de dos líneas narrativas: el súbito y profundo metejón del viejo y bueno de Charlie con una nueva compañera de curso, pelirroja a más no poder, y la batalla imaginaria del fiel Snoopy contra el invencible Barón Rojo, ahora captor de un nuevo personaje concebido para la ocasión: la perrita franchute Fifi.Si un baile, un concurso de talentos y un trabajo escolar se transforman en nuevas demostraciones de la gran capacidad para el desastre de Charlie, sus reacciones son reencauzadas hacia un didactismo formador de carácter, el costado más pedagógico de un film que alterna la ironía con la seriedad del reformador. Lo mejor son aquellos pasajes que remedan cinematográficamente el “staccato” en la estructura de cuatro paneles de la historieta original: intro, nudo, repetición y remate a gran velocidad. Y la negativa a entregarse por completo a la dictadura del hiperrealismo 3D: por aquí y por allá aparecen onomatopeyas, rastros de un vuelo en forma de líneas entrecortadas, ojos y cejas dibujadas con un simple trazo de lápiz digital. Como contrapartida, a mitad de camino la falta de ideas originales hace que la subtrama de Snoopy gane demasiado espacio, transformando a la película, más allá de algunos gags simpaticones, en una no muy estimulante parodia del cine de acción. Excelente trabajo de voces de los actores y actrices infantiles (y un Bill Melendez, la voz de Snoopy desde hace décadas, redivivo gracias a la tecnología), aunque es muy probable que en las salas argentinas sólo pueda escucharse un doblaje al español neutro pergeñado por adultos aniñados.