Mucho más que nostalgia
El filme animado muestra a los populares personajes en su vida cotidiana y compartiendo sueños.
Respeto a los clásicos. En Snoopy & Charlie Brown: Peanuts, la película, Steve Martino cuenta una historia y a la vez homenajea a Charles Schulz, el sagaz autor de la famosa tira cómica que animó durante 50 años en diarios y revistas. Y que generó, claro, una galería de personajes estrella que el público decodificó entre el poderío del marketing y el rótulo de figura de culto. Nada sencillo llegar a un filme con semejante historia detrás, operando sobre un mundo infantil que era otro.
Martino, que ya estuvo al frente de títulos como La era del hielo 4 y Horton, lo consiguió con sensibilidad. Y tal vez con un excesivo respeto destinado a mantener vivo el legado, que aquí es contenido pero también forma, nostálgica en el trazado, en el dibujo que se impone a la animación, como gran desafío para los tiempos que corren. ¿Un mundo plano en 3D?
Conviven en la película varias historias de amor superpuestas. Las que mencionamos en el párrafo anterior, por las viñetas, por el dibujo, y las propias del filme. Ambas son visibles para el público joven y adulto. También es evidente que Charlie Brown, punto de origen de todo el mundo de Schulz, recupera terreno frente a su mascota, siempre más bendecida que él por el mercado. (¿Qué nos pasa con las mascotas?)
Este niño esperanzado pese a sus miedos y cierta timidez, encara con valentía su objetivo. Su historia es real, mientras Snoopy escribe a máquina la suya propia. Y ambas se solapan y conectan en el filme. Un perro que escribe, que se imagina persiguiendo aviones en la guerra, cazando al Barón Rojo, conquistando a Fifi. Sueña capítulos y finales para su mundo que es ficticio y es real.
Ese destello creativo ya es rupturista, como lo son estos niños, y todos los Peanuts, que tocan y escuchan a Beethoven, que leen a Tolstoi casi por azar, pero que a su vez lidian con los entresijos del éxito, el fracaso, la esperanza y la resignación. Ese mundo infantil con los adultos fuera de campo, sólo representados por unas voces distorsionadas de una maestra, de una madre que sólo los chicos logran decodificar. ¿Qué nos quieren decir?
Y vemos las arbitrariedades que convierten a un niño como Charlie Brown en alguien exitoso o en un fracasado, con su sonrisa nerviosa dibujada. Y el impacto desmesurado e incomprensible que tiene en un niño su idea sobre lo que los demás piensen de él. Pura imaginación y un desafío al concepto actual del bullying.
Hay una galería de nombres. Todos rescatados de las tiras, respetados sus nombres, como Woodstock, el pajarito amarillo que entró en la serie en los 60 y que debe su apodo al festival de rock cuyo símbolo era un pájaro con una guitarra. Eso es llamativo en la película, cómo con unos trazos, y unas pocas intervenciones pueden definirse personalidades, características profundas, rasgos dibujados en la pantalla del cine.
Y un mensaje, extensión, exacerbación del legado de Schulz, la defensa de un niño, o de un hombre esperanzado, acosado por sus ansiedades, por los traspiés cotidianos, por la imagen que proyecta en los demás que se empecina en no rendirse, en no darse por vencido. Película para chicos, tal vez, con un dejo demodé que también se refleja en la ausencia de cinismo, en el contenido social.