En tiempos de reciclaje no es extraño ver a Snoopy dándose una vuelta por éste siglo. “¿Por qué no?”, sería la pregunta natural en Hollywood. Al igual ocurrido con un par de obras maestras del cine de animación estrenadas el año pasado, como “El libro de la vida” o “Los Boxtrolls”, “Snoopy y Charly Brown: Peanuts, la película” hace su incursión en el siglo XXI con una gran apuesta: Mantener la estética, la esencia y la mística intacta sin traicionarla en pos del supuesto gusto del público por la tecnología y el diseño de artificio. Bien artesanal en su forma, y principalmente el contenido.
Dos historias en forma paralela conviven aquí. El deseo de Charlie Brown por sentirse aceptado, y parte de su entorno (en especial con una nueva compañerita que llega al cole), y por otro lado una historia de aventuras salida de la mente de Snoopy en su intento por plasmarla en papel.
Así como ocurrió históricamente en el mundo de la historieta a nivel mundial, las tiras que abordaban las aventuras y situaciones de una pandilla de amigos del barrio han calado hondo en el corazón de los lectores, quienes iban conociendo un universo a partir del cual se veía reflejada la realidad social por medio de la simpleza de pensamiento de los chicos. Esta pandilla ha sido a Estados Unidos lo que Mafalda a nuestro querido país, y por ende ha pasado las fronteras por la universalidad de la problemática que a la larga se pudo vislumbrar.
El director Steve Martino decidió mantener a rajatabla el universo creado por Bryan Schulz en 1950. lo cual resulta beneficioso para “Snoopy y Charly Brown: Peanuts, la película”. No hacen falta celulares, ni Internet, ni robots para plantear un tema que ha sido y es de todas las épocas. Los personajes entrañables vuelven con toda su idiosincrasia a pleno en una película que resulta tan nostálgica como entretenida. Bienvenidos los nuevos espectadores, pero este precioso recuerdo se guarda en el corazón de los más grandes también.