Si hay dos historias ideales para el petardista -a veces exitoso y talentoso- Oliver Stone eran las de Julian Assange y Edward Snowden. La de Assange ya se hizo (mal) y quedaba Snowden. Sí, claro, la película es interesante porque cuenta la historia de esta especie de estoico que decidió contar cómo el Estado norteamericano (y no solamente) espía al universo, y Joseph Gordon-Levitt está muy bien, muy justo en el personaje. Pero esa virtud se diluye por tres razones. La primera: no parece que Stone, más allá de sus prejuicios paranoides (que constituyen muchas veces lo mejor de sus películas) comprenda bien qué es lo que hizo este hombre. Lo segundo, que incluso cuando el film puede deslizarse hacia terrenos incómodos -lo que le proveería riqueza-, los evita. Lo que queda es un relato bien narrado sobre un tipo común que hizo algo extraordinario, y la declaración de que el poder es malo malísimo siempre, algo que Stone nos ha dicho mejor en (muchas) otras ocasiones.