Una ciudad grande y los personajes que la transitan. Los que tejen sueños, esperanzas pero tiene el límite de lo cotidiano, los trabajos y los días. Son los que la reman aunque muchas veces sienten, como dice la canción tan significativa, que tienen una pared como horizonte. En ese recorrido de personajes la talentosa directora María Aparicio se dedica a cinco personajes que tienen en común una esperanza chica pero persistente. El cocinero que está para los desamparados e intenta amistades que mitiguen su soledad. La instrumentista quirúrgica que en las clases de teatro se atreve a jugar. El desempleado cincuentón y su hija adolescente que asiste a entrevistas y tests que no entiende, la nueva empleada de una librería con la esperanza leve de un amor. Y la chica que puede ser barrendera y canta y se empeña aún para un solo espectador. Nada de extraordinario o explosivo, nada sádico o pertubardor. Solo la inteligencia de una realizadora que muestra como el trabajo o el esfuerzo para conseguirlo ocupa casi todo nuestra existencia y solo los sueños y la vida pueden colarse en el mínimo espacio de los descansos. Esas vivencias donde hay lugar para las ternuras cotidianas a pesar de todo, donde se construye desde los detalles y los gestos en perfecto blanco y negro un film entrañable y profundo, pensado escena tras escena , bajo esas nubes que dice Borges son el olvido, pero también el presente del muy buen cine.