Es costumbre nacional que, al momento del comienzo de las vacaciones de invierno, llegue a la pantalla grande una película apurada, de resultados cuestionables y con un elenco de figuras televisivas, la cual tendrá un importante éxito en términos de taquilla, no así de crítica. Por más que a alguno le pese, Socios por Accidente no fue la producción pésima que se vaticinaba y, si bien tampoco era buena, llevó 550 mil espectadores a las salas, lo cual la convirtió en uno de los films argentinos más vistos del 2014 y le garantizó de inmediato una secuela. Dicha primera parte tenía ciertos méritos, del lado de una dupla de directores que con los recursos a disposición trataron de hacer una buddy movie digna antes que caer en el facilismo habitual de este tipo de realizaciones. Sin embargo, eso es exactamente de lo que adolece esta continuación.
Los realizadores Nicanor Loreti (Diablo) y Fabián Forte (La Corporación) han dado cuenta en los últimos años de estar para cosas mejores, no obstante en esta oportunidad su trabajo no ayuda a maquillar un guión de poco sentido del humor y menor sentido, el cual está demasiado arraigado en lo peor que tiene para exponer nuestra pantalla chica. José María Listorti hace gala de los recursos que aprendió a lo largo de una carrera junto a Marcelo Tinelli, con cambios en la entonación de algunas palabras o con el esperable baile, aunque sin decir "es mágico" o su famoso "oh oh oh" -los deben tener guardados para la tercera parte-. Es Pedro Alfonso, con su única expresión facial, quien tiene los únicos dos chistes buenos de la película -el enano que maneja el auto y el de la ensalada "de acá"-. Es que la comedia brilla por su ausencia, porque se pone en escena ese humor rancio de hace unos años atrás y se recurre a humoristas cuya labor puede funcionar en televisión, como Anita Martínez o Campi, pero que no lo hace en pantalla grande con un guión que no los acompaña.
En esta ocasión hay una suerte de desinterés a la hora de poner a punto el proyecto, con formas que sí se cuidaban en la primera parte. En aquella, el villano ruso era el polaco Edward Nutkiewicz, quien le daba cierta credibilidad a cada línea, mientras que poner a Mario Pasik como un primer ministro de Rusia de visita en la Argentina lleva a que la propuesta parezca un largo gag hecho para televisión. Ni hablar de que se sitúa en La Rioja, como para lucir las bellas locaciones de la Provincia y así tener un apoyo económico de dicho Gobierno. Hay pocos cameos innecesarios, de aquellos cuya suerte de gracia reside en el hecho del famoso en cuestión -Gabriel Schultz, Paula Chaves-, pero eso tampoco implica que se haya puesto mayor empeño en otro tipo de recurso humorístico. Alguna vuelta de tuerca en la historia ayuda a una producción sin timing cómico, en la que la publicidad "encubierta", que con descaro se muestra en cámara, supone el epítome de la falta de esfuerzo.