Pedos sin olor
Cuando era púber/adolescente me volví bastante fanática de Los Extermineitors. Para mí, Emilio Disi y Guillermo Francella eran héroes, pero no en el sentido tradicional; eran héroes de la pelotudez, pero la pelotudez bien entendida como humor trash y berreta. Mis héroes, en ese entonces y hoy en día aún más, son personas eruditas en la pelotudez y en el humor. Me tiro pedos en tu cama, te tiras eructos en mi cara, me gastas por el tamaño de mi culo, me río de tus tetillas femeninas. Ante todo, el humor. Como factor erotizante, como elemento constitutivo del héroe, como motor de las relaciones y de la vida misma.
Disi y Francella eran eso, los dos héroes/boludos que se iban a las Cataratas (más que Cataratas parecía el bosque de Cascallares) a enfrentar a los ninjas y a los rusos, que jugaban con el humor físico, en una suerte de slapstick pedorro, con ruidos berretas en cada golpe, y componían la pareja perfecta. Los que se tiran pedos y eructos uno delante del otro y se lo festejan, los que están siempre juntos, en una celebración casi ritual de la pelotudez y lo escatológico.
Pero ojo, que no estamos ante un trash voluntario y autoconsciente como en Jackass o John Waters, donde hay un culto a lo escatológico y lo trash como forma de humor-vida. En Extermineitors el trash era más involuntario, producto de una sumatoria de elementos berretas (guión, actuaciones, efectos especiales) que eran, en definitiva, una forma de amor al cine, más de parte del espectador que de parte de los directores, usualmente carentes de talento alguno.
Y, como decíamos, Disi y Francella enfrentaban ninjas (en la 1 y en la 2, ya en la 3 y en la 4 no estaba Disi pero Paolo el Roquero –uno de mis personajes humorísticos favoritos de la historia– la rompía), eran entrenados por el gran Héctor Echaverría (el morocho experto en artes marciales que se partía) y se chamullaban minitas (camiones) en malla cavada, nalgas alargadísimas y peluca savage. Eso es, nuevamente, amor al cine trash, la creación de ese universo de minas-culo, de ninjas-gay, con la figura de Echaverría como contrapeso de un Disi y un Francella desatados.
Todo funcionaba. El ridículo como fuente creativa y liberadora, como motor vital. El irse a la mierda constantemente, desde lo físico hasta lo verbal. Y la famosa frase de Francella en Extermineitors 1, “yo soy muy cagón”, condensaba el sentido de todo. Eran dos cagones que se convertían en héroes (mis héroes, no sé los de ustedes), porque construían humor a partir de eso, de cagarse de risa de ellos mismos. Y nosotros nos reíamos de ellos y con ellos.
Por eso el ridículo no parecía forzado, sino que emergía de su propia berretada despolitizada. No eran contraculturales como John Waters ni anárquicas como Jackass. Eran ridículas porque el cine argentino de los 80?s y principios de los 90?s hacía lo que podía con lo que había. Y porque había encontrado en el exploitation una vía catártica de cagarse en sus propias imposibilidades (o quizá porque subestimaba al público, simplemente).
Y en Socios por Accidente hay algo de ese espíritu berreta, juguetón y escatológico, lástima que no se termina de ir todo bien al pasto, estimo que por las restricciones del producto mismo, pensado como “entretenimiento para toda la familia” (dan ganas de corchearse cuando uno escucha esa frase, tan usada por varios críticos).
Listorti tiene cara de goma y funciona muy bien como el boludón, el padre que es un embole, el intérprete de ruso que solo puedo hablar de morfología y semántica, el marido engañado, el cagón de la frase de Francella, el loser. Y Pedro “Peter” Alfonso es el tipo seriote a la vez que copado que sale de joda con la hija de Listorti y se curte a su ex esposa, el agente de Interpol, aventurero y osado, que no le teme a nada. La buddy movie que junta al macho proveedor y al loser, en una suerte de falso duelo, en el que no terminan de enfrentarse y ninguno sale airoso, pero que conlleva cierta modificación de carácter. Lo que en Extermineitors era espíritu de grupo acá es un derrotero de dos tipos que se odian, forzados a estar juntos y que, en última instancia, terminan siendo algo así como compinches.
En la construcción de esa oposición y en el encuentro de los personajes antagónicos Socios funciona, más gracias a Listorti, que tiene cierta comicidad innata, y mucho menos gracias a Peter Alfonso –que podrá curtirse a Paula Chaves, pero en materia de expresividad y humor, hace agua por todos lados–. Un tipo prefrabicado parido por la factoría Tinelli, sin demasiado humor ni gracia. No es mi clase de héroe, claramente. Lo prefiero a Listorti, riéndose de sus propios chistes, sabiéndose goma y disfrutando de eso.
En el medio de todo, está la selva misionera, los rusos, y está el camión (una Ingrid Grudke desaprovechada en todo su potencial camionístico). Y el humor, que irrumpe casi constantemente, también en la forma de slapstick y con esa falsa sonoridad ante cada golpe, que dota a la comicidad de cierta ingenuidad, en una suerte de guiño a un público más infantil. Efectivamente, es una película pensada para un público infantil, aunque no infantil en cuanto a edad sino adulto-infantil.
Pero, como dijimos antes, Socios por Accidente no termina de irse bien a la mierda y regodearse en ella. Si hay algo que la comedia tiene que tener es anarquía y descontrol, y acá falta un poco de ambas.
Se notan las manos hábiles de Nicanor Loreti y Fabián Forte pero también se evidencia el control y la restricción.
Y eso sorprende teniendo en cuenta que los directores son dos grandes del cine de género, dos tipos que aman la acción, el humor y el gore: Nicanor Loreti y Fabián Forte (responsable de joyas como La H y Diablo, y La Corporación, respectivamente). Pero, como ya dijimos, suponemos que eso tiene que ver con el público y la necesidad de una audiencia amplia y con el hecho de que se trata de una película por encargo. Se notan las manos hábiles de estos dos grosos, que terminan aportando una buena factura técnica, pero también se evidencia el control y la restricción. Todo se siente más calculado, más constreñido, menos espontáneo. Se notan los chistes de guión y la comicidad pensada para lograr el efecto deseado. Y es el problema: frente al cálculo, pierde el descontrol.
En Extermineitors, ese humor no del todo consciente, más bien bruto y berreta, era la clave de la comicidad, sumado al descontrol físico de Disi y Francella y de otros personajes como Paolo. La anarquía y el ridículo al servicio de la incapacidad narrativa terminaban siendo mejores precisamente por su pobre factura técnica. Ahí estaba la subversión: no en cagarse en el cine, sino en la posibilidad de un anticine berreta involuntario que pudiera ser visto con amor.
Crecí viendo Los Extermineitors, porque me meaba de la risa, porque amaba a Emilio Disi y a Guillermo Francella, porque los veía como mis héroes de la pelotudez, porque me sentía parte de ese mundo de humor berreta, en una especie de comunión con la película. Socios por Accidente te invita a ese mundo pero uno no puede hacer otra cosa más que mirarlo de lejos, con distancia, con prudencia, sabiendo que no hay héroes de la pelotudez, que hay eructos no demasiado sonoros, que hay pedos sin demasiado olor.