La sutil diferencia
Qué difícil resulta evaluar esa ominosa categoría que se rotula bajo el “para toda la familia” en nuestro país. Difícil que alguna de estas películas que son anunciadas por el altavoz de un locutor, con figuras televisivas que resaltan en cada plano, no contenga ese plus emocional entre un público masivo que haga parecer al crítico como una persona agria y antipática, opuesta al sustrato popular. Esto hace que escribir una crítica resulte un elemento frustrante en algunos puntos: quienes tengan una mala opinión formada de todo producto que tenga un mínimo vínculo con Tinelli la odiarán y ni siquiera la verán aún si el resultado es bueno, mientras que quienes disfrutan este producto televisivo serán espectadores dispuestos a consagrar la película sin siquiera verla.
Sabiendo todo esto, sin embargo Socios por accidente es distinta a ese terrible bodrio que fue Bañeros 4: los rompeolas. Mientras que Socios por accidente intenta con algunas pinceladas salirse de malas decisiones que finalmente la terminan anclando, Bañeros 4: los rompeolas se regocija en el chiquero bajo dos banderas, la primera la del público que la sigue, y la segunda la de una supuesta “autoconsciencia”. Por eso hay diferencias entre lo que uno se puede animar a decir que es muy malo y aquello que es malo pero que ha intentado ser más.
A todo esto, Socios por accidente es un relato simple: a raíz de un crimen internacional, Interpol precisa la ayuda de un traductor especializado en ruso, en este caso Matías (José María Listorti), que se ve de repente solicitado para interrogar a una buscada criminal rusa. El agente que solicita la ayuda es nada menos que la pareja actual de su ex pareja, Rody (Pedro Alfonso), quien también parece ser mejor padre para su hija Rocío (Lourdes Mansilla). A partir de aquí el film se maneja en el registro de la buddy movie, con una figura cobarde pero entrañable como Matías y un tipo duro pero sentimental como Rody, tratando de sobrellevar este vínculo forzado. El problema no es la sencillez, la cuestión es que nunca toma vuelo. A un desarrollo de personajes torpe hay que sumar la falta de efectividad de muchos de los gags, giros narrativos que hacia el final no aportan nada a la trama y una elipsis increíble entre dos locaciones que rompe el verosímil, aún si quien lo vea no supiera que entre Buenos Aires y Misiones hay 1200 kilómetros.
Pero frente a este matorral de cuestiones insalvables, a las que se le puede sumar un contraste enorme entre lo que puede hacer Listorti frente a la cámara y lo que puede hacer Pedro Alfonso, a pesar de un registro que acompaña su personaje, la película tiene cuestiones que la salvan de ser un producto en la línea de Bañeros 4: los rompeolas. No sólo hay un intento de desarrollar personajes que escapen a sus versiones televisivas del lado de Listorti y Alfonso, sino que los directores Fabián Forte (Mala carne, La corporación) y Nicanor Loreti (Diablo) dejan entrever un conocimiento cabal del género en algunas secuencias: los mejores gags, efectivos por el montaje, y las secuencias de persecución en la Triple Frontera son un buen ejemplo. Esta efectividad se extraña más en las escenas de acción, que resultan torpes e inentendibles en prácticamente todo el metraje. Finalmente, vale la pena rescatar la figura caricaturesca de Edward Nutkiewicz, al que el papel de “malo” le calza como un guante.
Fallido en varios aspectos, Socios por accidente resulta sin embargo un producto que parece condenado por tiempos tiranos y la búsqueda de insertar elementos extra cinematográficos en la narración para fomentar campañas publicitarias (y sí, qué lindas que son las cataratas).