Dos tipos audaces
Hace rato que el semillero de Marcelo Tinelli copó la televisión. Ahora va por el cine, a la caza del público de vacaciones de invierno. (Digresión: a partir de tanta pelea infantil y de la presencia del Oso Arturo, puede sospecharse que el propio ShowMatch está destinado principalmente a los niños, pero eso habría que analizarlo en otro artículo). Decíamos: a Bañeros 4: Los rompeolas, que cuenta en el reparto con Pachu Peña, Pablo Granados, Freddy Villarreal y Mariano Iúdica, se suma Socios por accidente, protagonizada por José María Listorti y Pedro Alfonso, y con Anita Martínez -una de las figuras del ShowMatch actual- como actriz secundaria.
Pero si bien la relación entre Listorti y Alfonso se forjó en los pasillos de Ideas del Sur, sus trabajos en la película son diferentes de los que acostumbraban hacer como laderos de Tinelli. Acá deben componer personajes: los dos integrantes de una de esas clásicas parejas disparejas que tienen a Jerry Lewis y Dean Martin como antepasados lejanos. Uno (Alfonso) es el serio, el galán, el que tiene todo claro y no falla jamás; el otro (Listorti) es el torpe, el cobarde, el verborrágico, el inútil, el ridículo. Alfonso hace de Rody, un atildado agente de Interpol que sale con la ex mujer de Matías, un traductor de ruso (Listorti). No se conocen más que de oídas, pero por una de esas vueltas del guión terminan trabajando juntos en una misión.
En este desafío interpretativo que encaran por primera vez, Listorti sale un poco mejor parado que Alfonso, que no tiene formación actoral (algo que su carisma no logra disimular tan bien como lo hacía con sus pasos de baile en la pista de Bailando por un sueño). De todos modos, lo más importante en este tipo de duplas es ese elemento indefinible que se conoce como química, y puede decirse que algo de eso hay. A la película tampoco le falta producción, y cuenta con el plus de la belleza del Parque Nacional Iguazú.
¿Cuál es el principal déficit, entonces? No causa gracia, detalle no menor tratándose de una comedia. Hay un par de escenas que invitan a la sonrisa -como un absurdo diálogo en ruso entre Listorti e Ingrid Grudke-, pero no mucho más: la mayoría de los chistes son demasiado pavos como para que Socios por accidente resulte una experiencia recomendable.