De tipos básicos.
Hay frases prefabricadas de las que no hay escapatoria, algunas de ellas son: “una comedia desopilante”, “divertimento para toda la familia”, entre muchas otras. Los dos casos tienen una raíz en el cine argentino industrial (este sintagma tiene su explicación teórica en la base de los géneros textuales) que se encargó de potenciar sus propiedades en la década del ’80 al incluir figuras populares de la TV, con el objetivo de asegurarse a una porción de los espectadores de ese medio en las salas de cine. Nada ha cambiado en el transcurso de tres décadas, las mentes que manejan el área de producción persisten en utilizar los mismos rasgos primarios de géneros o subgéneros -como aquí el buddy movie- para hacer cine. Las historias de este subgénero suelen avanzar casi por obligación, como si se tratara de surcar un terreno para dar rienda suelta a los momentos humorísticos, incluidos ejemplos bien icónicos como Arma Mortal, que en sus secuelas evidenciaban cada vez más la pereza en el desarrollo de las estructuras narrativas. Sin embargo el halo de inmunidad estaba construido con base en la gracia de sus personajes, incluso hasta de sus devenires, así la falta de inspiración en la historia se compensaba con el progreso dramático. Socios por Accidente no expone ingenio en ninguno de los flancos: ni en la historia, ni en los personajes, ni en el humor.
La historia de este trabajo por encargo de los directores Loreti (Diablo) y Forte (La corporación) es bien escueta: Matías (José María Listorti) es un traductor de lengua rusa divorciado, aburrido y con graves problemas para relacionarse con su hija adolescente, hasta que una orden judicial lo obliga a prestar servicios a la Interpol en una misión de espionaje internacional que lidera Rody (Pedro Alfonso), el actual novio de su ex mujer (Anita Martínez). El encuentro entre ambos, que nace de la casualidad o del accidente (no por nada el genérico título del film), es un rasgo propio de la buddy movie que marca la cancha de la historia y no hace más que nutrirse de situaciones extraordinarias entre los dos personajes. Y es ahí donde la película falla. Que la trama los lleve a la selva misionera y a otros escenarios algo exóticos desata los peores chistes (casi todos relacionados con el miedo de Matías), el peor slapstick y una simbiosis fría entre Listorti y Alfonso, quienes no logran trasladar de la TV al cine la supuesta química que tienen como hombres de la factoría Tinelli. Claramente el debut de ambos en un medio que exige otras facultades les hace desnudar -a través de gestos faciales propios de sketchs o de comedias teatrales sin demasiadas pretensiones- un humor elemental, el cual se potencia por los increíbles efectos sonoros de postproducción; como por ejemplo en la escena en la que el villano golpea la cabeza de Matías contra una mesa, lo que suena a continuación es el silbido de pajaritos como si se tratara de dibujos animados. Probablemente este ejemplo se lo puede pensar como un icono de la frase “una comedia para toda la familia”, con la que se suele vender este tipo de productos.
Otros momentos de vergüenza ajena (la escena de los vómitos, por ejemplo) parecen desnudar el interés de la producción por fortalecer ese humor bien ingenuo y de lugares comunes (el peor de ellos está representado en el personaje de Anita Martínez, una mujer que ladra ordenes a los hombres). Socios por Accidente no esconde sus intenciones de ser un mero producto, valiéndose de las características del peor cine industrial argentino, que muestra más viva que nunca su chabacanería y su absoluta desidia en escenificar los procedimientos de la TV más rancia (pero también reluciente de popularidad) sin reacondicionarlos a la dinámica de un lenguaje con similitudes pero, a fin de cuentas, distinto en diversas dimensiones.