Mi pasado me condena
Con casi 60 años y una docena de largometrajes, Alberto Lecchi incursionó en casi todos los géneros posibles. En Sola contigo, su tercera colaboración con la española Ariadna Gil (Nueces para el amor y Una estrella y dos cafés), propone -como en su ópera prima Perdido por perdido- un drama revestido de thriller; en este caso, una mirada despiadada y descarnada a las desventuras afectivas y hasta existenciales de una mujer en un contexto dominado por chantajes y crímenes.
La película -que arranca con una enigmática sesión de chat en la que se acuerda un oscuro trabajo por encargo- tiene como protagonista a María (Gil), una catalana de 45 años que trabaja en Buenos Aires en el área de recursos humanos. Pero esta ejecutiva esconde un pasado de depresión, alcoholismo y un accidente trágico que la tuvo como responsable. Así, esta mujer divorciada sufre una orden de restricción judicial que le impide acercarse a la casa de su ex marido y visitar a sus dos hijas.
A partir de una serie de hechos que no conviene adelantar y apremiada por una voz a-lo-Scream que vía celular la obliga a tomar determinadas decisiones bajo amenaza de matarla en el plazo de cinco días, María inicia un descenso a los infiernos, un calvario íntimo en el que debe confrontar sus miserias y fantasmas.
La película es un tour-de-force para Ariadna Gil, ya que no sólo la acción está concentrada en ella y narrada desde su punto de vista, sino que además los distintos personajes secundarios nunca alcanzan demasiado desarrollo. Ni siquiera en el caso del comisario Esteban Fuster (un desdibujado Leonardo Sbaraglia) que aparece en la segunda mitad para investigar el caso.
Sola contigo resulta, en sus mejores momentos, un interesante trabajo sobre la culpa, sobre la faceta autodestructiva (con tendencia suicida incluida) que aflora en una mujer desesperada, border, dañada y dañina, y consigue en ciertos pasajes algunos climas impactantes, pero en términos de suspenso y de tensión la película nunca alcanza la solidez que una estructura de género necesita (sobre el final hay un par de vueltas de tuerca que resignfican bastante la trama). Así, los saltos temporales o la acumulación de capas complican más de lo que aportan a la comprensión y disfrute de este viaje interno y externo de una protagonista que busca recuperar a sus dos niñas (en algunos aspectos, una suerte de reverso femenino de Ricardo Darín en Séptimo). Un thriller psicológico con regusto agridulce. No está mal, pero con poco más podría haber sido mucho mejor.