El director Alberto Lecchi fue responsable de buenos filmes como “Perdido por Perdido” (1993) o “Nueces para el Amor” (2000), dando estos ejemplos bastaría para vislumbrar que no es de aquellos directores que no puedan circular entre géneros. De hecho las dos películas mencionadas son claros y buenos ejemplos del cine de género realizado en argentina, el primero un policial y el segundo una comedia romántica.
En “Sola contigo” el director construye, o más propiamente dicho lo intenta, el entrecruzamiento de géneros tales como el thriller con elementos de suspenso y el drama clásico.
El primer tercio de la producción es lo mejor, hasta que una escena, que parece sacada de contexto y del texto mismo, da mucha más información que la que parecería haber sido la intención, pero está. Luego la debacle empieza a presentarse gradualmente hasta que se la vislumbra como inminente e inexorable.
La realización abre con una pantalla de computadora en un chat “privado” entre dos personas, Ricardo y Leandro, el primero un famoso sicario, despiadado por lo que el mismo refiere, el segundo el contratista. La victima, una mujer, he aquí planteado un par de misterios, ¿quién es quién?
María Teresa (Ariadna Gil), una española de unos 45 años, jefa de personal de una empresa exitosa, parece estar en camino de cumplir con su propio proyecto y realizarse. En apariencia ha conseguido casi todo lo que se ha propuesto, luego sabremos de su lucha interna de varios años por escaparse de su pasado y recuperar lo que más quiere, sus dos hijas.
Ella ha emigrado a la Argentina para estar cerca de ellas, que han venido con su padre, de nacionalidad argentino. Esto es obvio, pues se trata de una coproducción con España y se debe explicitar a como de lugar, guión, imágenes, elenco, técnicos, poco importa.
Una llamada telefónica le anuncia que la van a matar, se lo asegura, pero antes, según el deseo del contratista, deberá sufrir y al mismo tiempo pedir perdón a todos aquellos a los que les hizo daño.
El problema más grave de este thriller es que no sólo especula con jugar a descubrir la auténtica identidad de un personaje, sino que también quiere instalar este juego en dos personajes. Conocemos a la victima, pero a nadie más. Ninguno será develado hasta el final con una gran vuelta de tuerca.
Pero la debilidad del guión hace que los espectadores “sepan” quién es el asesino, pongan sus fichas sobre un personaje, el interés sobre quién paga al asesino queda subsumido en el olvido, no tiene ninguna importancia pues da tantas opciones de mala manera y sin desarrollar casi ninguna que hace perder la efectividad que tenia.
La identidad del asesino, que debería ser una sorpresa para el espectador, sólo lo es para la protagonista.
Ahora bien, sobre quién es Leandro, el autor intelectual del asesinato por encargo, en la maraña de subtramas mal presentadas, peor desarrolladas y no resueltas terminan por hacer evidente lo que debería ser suspenso, entre ellas el jefe de María, que fue un amor despechado por ella (Antonio Birabent); el ex marido que le prohíbe ver a las hijas; su secretaria (Sabrina Garciarena) con quien tuvo un affaire (yo también quiero uno con Sabrina, pero a quién le importa); el amante ocasional (Gonzalo Valenzuela); el comisario Esteban Fuster (Leo Sbaraglia), quien investiga vaya uno a saber qué, pero se contacta con María, forzaron más esta relación que a Lee Oswald para que se declare culpable.
Por si esto fuera poco, todos los actores importantes con poca presencia en pantalla, lo que diluye la necesidad de sus presencias y su desvanecimiento se produce per-se, por lo que el mantenimiento de la atención recae sobre la actriz española, quien, eso si, lo realiza con mucho oficio.
Por su parte Leo, que figura como co-protagonista, aparece recién al promediar la historia y en pocas escenas, seis o siete intervenciones cortas.
Alfred Hitchcock decía que si un actor de importancia interpreta un papel que aparece como insignificante, o no importante, es quien resolverá el conflicto, la trama o el misterio.
El filme presenta un giro sobre el final que a algún espectador puede llegar a sorprenderlo, pero para ello debería haber estado muy distraído el resto de la proyección.