Tan solo unos meses atrás se estrenó en Argentina el thriller Séptimo, con Ricardo Darín como protagonista y Belén Rueda importada a Buenos Aires para formar parte de un film de intrigas. La sensación principal al abandonar la sala tras ver la proyección era: se trata de un guión sencillo, vulgar si se quiere, bien rodado: una película correcta.
Alberto Lecchi repitió algunos pasos de aquel film para su nuevo trabajo, el décimo segundo ya. Convocó a una figura española (Ariadna Gil, quien ya trabajó con él en varias ocasiones), para situarla en una extraña (para ella) Buenos Aires. También el texto a trasladar a la pantalla era un thriller. Pero a diferencia de Séptimo, En Sola Contigo el texto se las ingeniaba para acudir a sitios más complejos que las meras secuencias de contrareloj. Un guión bastante retorcido, ambicioso en sus cuestionamientos humanos, incierto en el devenir de cada cuadro, propinaba las posibilidades de una película superior. La sensación principal al abandonar la sala tras ver la proyección es: se trata de un texto virtuoso, rico si se quiere, pero mal rodado: un film irregular.
Lecchi confía en exceso en el gran atractivo del film, la historia de una perturbada Maria (Ariadna Gil), una catalana que recibe el aviso anónimo de que será asesinada en los próximos días. A la pobre María el anuncio parece sumarle tan solo un motivo más: su vida es desdichada por muchas razones, anteriores a la misteriosa llamada que da rienda a la cuenta regresiva. Con la información entregada a cuenta gotas, con pericia para el suspense, concluye lo mejor del film y empiezan los problemas, que se situan en las decisiones en apariencia más sencilla: las escenas. Agotamiento, culpa, desesperación son sentimientos que el espectador debe recoger de las líneas de texto más sobreseñaladas. El resto es una suma de secuencias poco naturales, diálogos mal compuestos, escenas de sexo de mínimo vuelo, algunas actuaciones resueltas de taquito pero poca expresividad (Ay, Sabrina Garciarena, Gonzalo Valenzuela y Antonio Birabent). Apenas la entonación profunda de Leo Sbaraglia y la mirada fría, ausente, pero también endurecida de Ariadna salvan los aspectos formales de una película que salió bien desde los libros, pero no despega en aquello que recibe el espectador: las escenas de las que se compone un film.