Egos y trascendencia
Eran los noventa, Argentina esperaba salir del pozo con el menemismo pero rápidamente algunos se dieron cuenta de la falacia y digamos que la fiesta de pocos se transmitía por cadena nacional. El hoy reelecto Senador Carlos Saúl I bailaba con odaliscas en lo de Mirta mientras el desfile de impresentables aplaudía bocado tras bocado de pizza con champan. Pero de repente la diva Susana G. tuvo como invitado a un niño, Flavio Cabobianco, transmitía sensibilidad, con un léxico cuidado y estaba allí para promocionar su libro Vengo del Sol.
El tour mediático no se hizo esperar y gracias a los VHS conservados se pudo ver a ese niño en programas diversos, desde los más chantas hasta los supuestos programas serios como el de Silvina Chediek y sus incisivas entrevistas, o el de Andrés Percivale con una Graciela Alfano que actuaba de inteligente. El niño contestaba todo, decía que tenía una misión, que había que fluir y que la muerte no era el final. Vengo del Sol era su libro, una recopilación de sus experiencias y diálogos con su madre en un estado de conciencia superior.
Pasó la New Age sin pena ni gloria, el menemismo, Mirta y Susana siguen en TV, pero Flavio ha acumulado barba, saberes, charlas y ahora quiere dirigir un documental sobre sí mismo. Su hermano no está convencido de acompañarlo en el emprendimiento, tal vez por el ego y el pasado; tal vez por la poca necesidad de trascendencia aunque hay un director, Manuel Abramovich, que tras exitosos cortos busca su ópera prima documental.
El ABC de todo documental señala la importancia del conflicto, exponer las contradicciones de esa tensión irresuelta entre la representación y la realidad. ¿Qué es verdad?; ¿Cuánto de espontáneo se puede ser? y en definitiva: si prevalece el contenido y la forma por encima de la estética.
Estética y ética aparecen una al lado de la otra y como reflejo distorsionado transitan por la frontera de querer creer lo que se cree. Flavio Cabobianco puede ser una construcción de los relatos de una madre omnipresente, quien desfiló por la galaxia mediática, cruzó fronteras y vendió el producto de la espiritualidad durante muchos años.
Solar (exhibida en el BAFICI del año pasado) tal vez es la mejor herramienta catártica para confrontar con el pasado, para desmitificar y desacralizar la construcción ficticia de un niño prodigio, para encontrarse con este Flavio que no sólo quiere protagonizar su documental sino que pretende dirigirlo y enseñarle a Manuel la mejor lección de su vida: nada se controla, nada se termina y tampoco nada se empieza.
Trascendencia versus ego vaya paradoja; espiritualidad profunda que necesita pantalla, vaya paradoja doble y un director de documentales que fracasa y hace de ese fracaso un material rico -cinematográficamente hablando- con muchas ideas en fase experimental, que a veces llegan a buen puerto y otras se pierden en los devaneos a cámara de Flavio Cabobianco, de su personaje que vino del sol y que conmovió a miles con sus palabras y enseñanzas para quedarnos reflexionando sobre el poder de la imagen y lo que ésta representa.