Nuestro comentario del drama bélico con el contexto de la Guerra de Malvinas.
Resulta imposible abordar esta película sin partirla al medio: durante la guerra y después de la guerra. Es mucho más que una división formal; Soldado argentino sólo conocido por Dios, cuando se aleja de las islas para retratar el trastorno de los sobrevivientes, cae en infinidad de despropósitos, como si otra idea del cine se hubiese apoderado de los realizadores, otra moral impulsada por un didactismo apático.
El punto de partida para contar el conflicto bélico es ingenioso: la leyenda del soldado Pedro, de quien se dice que fue el último caído en Malvinas. Tal rumor nunca se rectifica, pero funciona como disparador para que Rodrigo Fernández Engler recree el entorno del héroe anónimo.
La hazaña del supuesto Pedro funciona como trasfondo, es un accesorio colorido que no obstante se desaprovecha cuando la película más lo necesita: durante la posguerra. Allí donde se podría jugar con la representación, poner en jaque los constructos históricos, e inclusive convertir el relato en un policial mitológico, Soldado argentino... opta aplastarse en una tristeza solemne, convertirse en un teatro sociológico para proyectar en las aulas un 2 de abril.
Si fastidia sobremanera este cambio de rumbo, junto al empobrecimiento de la puesta, es porque lo obtenido en Malvinas fue sobrio y sólido. La capacidad de contar una guerra en fuera de campo es formidable, respaldado por el gran diseño sonoro de Hernán Conen. Las actuaciones en conjunto convencen y tornan creíbles líneas de diálogo en plena acción. También se aprecia sensibilidad para los encuadres, siempre inundados por la luz mortecina de Sebastián Ferrero, acaso uno de los mejores directores de fotografía en Córdoba.
La recreación de las islas, en resumidas cuentas, es exacta, y hasta los enigmáticos planos de unos pájaros aportan para contagiar la desolación de estos jóvenes entregados en sacrificio.
Hacia abajo
La rendición del Ejército Argentino marca un pico de tensión sin necesidad de caricaturizar a los ingleses. Entonces, cuando parecía que estábamos ante la película más aguda sobre Malvinas, todo se desmorona de manera bochornosa.
El resto de la película de Fernández Engler persigue a Florencia Torrente reclamando por la identidad de su hermano, convencida de que es el Pedro de la leyenda.
El debut actoral de Torrente es un error imperdonable de casting: tan lánguida y afectada es su interpretación que hasta el microfoneo no le responde. Esta impericia contrasta con las actuaciones restantes, específicamente con la de Mariano Bertolini encarnando al soldado Juan Soria.
Su gestualidad es milimétrica y poderosa, basta detenerse en su mirada para sentirse atravesado por esa angustia que el guion resalta torpemente al son de un bandoneón.