La vergüenza nacional
El martes 26/6, luego de ver Soledad y Larguirucho en la función de prensa matutina organizada en el Cinemark Palermo, con esa mezcla de incredulidad y furia que me embargaba en ese momento (sensación que mucho no cambió con el paso de los días, je), escribí los siguientes cuatro tweets:
#1 “Soledad y Larguirucho nos sumerge en el subsuelo del peor cine argentino. No sólo es ridícula, es indignante”
#2 “Pagar 40 mangos para ver Soledad y Larguirucho es una tomadura de pelo, una tocada de culo, un robo a mano armada”
#3 “Llámenme apátrida, anti argentino, pero antes de llevar a sus chicos a ver Soledad y Larguirucho vean 10 veces Valiente o La Era de Hielo 4”
#4 “Soledad y Larguirucho es el grado cero de la narración, de la animación, del trato hacia los chicos, del “chiverío” más burdo (San Luis...)”
Como suelo tener un tono bastante medido en redes sociales (y en mis escritos en general) semejantes afirmaciones tuvieron bastante repercusión. Muchos se rieron, otros me apoyaron, pero también hubo unos cuantos (fans de Soledad, calculo) que me cuestionaron con la misma dureza que yo había tenido.
Por eso, más allá de que 10 días después sigo suscribiendo en un 100% el contenido de aquellos tweets, creo que como crítico profesional me debía (y les debía) una crítica algo más “seria” o “en serio”. Aquí van 8 razones por las cuales Soledad y Larguirucho es una de las peores películas (si se la puede llamar película) argentinas que he visto en toda mi vida.
1- Un guión deplorable. Es algo así como una road-movie en la que Soledad y su troupe viajan por la provincia de San Luis dando shows para chicos, mientras Neurus, Cachavacha, Pucho, Serrucho y compañía pretenden -sin suerte, claro- impedir que disfrute de su éxito (tratan de secuestrarla, de practicarle unos hechizos, etc). En el medio, aparece Larguirucho, que no se sabe bien qué hace (tiene buenos “contactos” con ambos bandos).
2- Una animación espantosa. En tiempos de Pixar, de DreamWorks, de Blue-Sky, el público está acostumbrado a un estándar de calidad de primer nivel. Nadie le puede pedir al cine argentino que tenga el mismo acabado que una superproducción de Hollywood, pero esto es como viajar en un Fitito destartalado por Lugano luego de haber andado en una Ferrari por la Costa Azul. Soledad y Larguirucho tiene una imagen horrible, parece vieja, con una integración entre actores de carne y hueso y personajes animados cuyo resultado es menos que profesional (por ser generosos).
3- Canciones/Videoclips sin vuelo. Soledad Pastorutti tiene su talento, su carisma, su simpatía, su encanto, pero aquí es sometida ya no sólo a un guión ruinoso sino también a interpretar (hacer playback, bah) temas en una suerte de videoclips (vestida de marinerita, de criolla para un momento "patriótico", o disfrazada y pintada de negra para un candombe) que parecen malas copias de las sátiras de los programas de Peter Capusotto.
4- Penosos cameos. Por el film desfilan en pequeñas apariciones famosos como Guillermo Andino, Pablo Codevila y un muy desaprovechado Diego Capussotto en el papel de un camionero (el director de actores es su amigo Néstor Montalbano). Pero lo peor de todo (lo imperdonable) es haber incluido al mítico Carlitos Balá como un vendedor de electrodomésticos para hacer un chivo espantoso de una conocida cadena del ramo.
5- “Chivos” obscenos. No sólo Balá es víctima de la impunidad comercial del proyecto. En todo momento, se somete al espectador a burdas maniobras publicitarias, sin el más mínimo recato, ingenio ni -mucho menos- buen gusto.
6- El “institucional” de San Luis. Creo que lo más indignante de este engendro es la forma en que los productores “canjearon” el aporte de la provincia. Para justificar la inversión, incluyen decenas de pasajes en los que se nos muestra (¡y se nos habla de!) las bellezas naturales y especialmente de los logros de la gestión de los hermanos Rodríguez Saa (embalses, autopistas, centros turísticos, etc.).
7- Didactismo mal entendido. Para darle un sentido “educativo” al proyecto, se le tiran a los chicos datos (inútiles) como las características arquitectónicas de la catedral de la ciudad de San Luis o sobre música clásica, como si eso le diera al film un interés que jamás tiene. Señores productores/realizadores: se hubieran interesado por concretar una narración mínimamente lógica. Esa información berreta se consigue en Internet… Por otra parte, el trato hacia los niños aquí es de una elementalidad mayúscula, apelando el estilo que se usaba hace varias décadas. Un ejemplo: alguien pregunta algo en pantalla, apunta el micrófono hacia el público y se deja todo unos segundos en silencio para que la platea conteste ¡No son boludos! ¡Estamos en 2012! ¡Por favor!
8- Reciclaje con olor a rancio (la peor argentinidad al palo). Muchos me dirán (ya me han dicho) que varias generaciones de argentinos se criaron viendo a los personajes “entrañables” de García Ferré, que mejor algo nacional que tanto “tanque foráneo”. No pretendo aquí generar debates ideológicos ni sobre los contenidos para nuestros chicos (yo soy padre de dos hijos y bajo ninguna circunstancia los llevaría a ver Soledad y Larguirucho), pero esta película es mala, fea, ñoña, torpe, anticuada (por más que hablen de MP3, de GPS o se incluya una parodia de Kill Bill), hecha con absoluto desgano e impunidad. Este no es el camino para hacer negocios ni -mucho menos- para que el cine argentino pueda reconciliarse con un público que, salvo honrosas excepciones, le ha sido muy esquivo.