Sin tensión ni conflictos, y cerca del filme turístico
El reestreno de La Bella y la Bestia puso en evidencia cuánto evolucionó el género de animación para chicos en los últimos veinte años. Las historias son más complejas y los personajes más ricos. En este contexto, la nueva película de Manuel García Ferré parece que viniera del pasado. Pero el problema de Soledad y Larguirucho no es que parezca una película de hace cuarenta años: el problema es que hace cuarenta años también hubiera sido mala.
El argumento se puede contar en una oración: Soledad Pastorutti protagoniza varios números musicales ambientados en la provincia de San Luis, acechada por Cachavacha y Neurus y con la ayuda de Larguirucho. No hay aventuras, no hay tensión y no hay conflicto. Aún los chicos más chiquitos necesitan en algún momento creer que el malo puede lograr su cometido, pero acá las maldades de Cachavacha son recibidas por Soledad con una sonrisa de ternura, como si estuviera mirando la película desde afuera.
Las escenas de “diálogo” de Soledad fueron reducidas a su mínima expresión, pero aún así sobresalen por lo burdas. Los realizadores no lograron combinarla bien con los dibujos y se nota demasiado que le habla a un espacio vacío. Esas falencias no pudieron ser subsanadas por los recursos actorales de Soledad, más bien escasos.
La frutilla de la torta es la promoción turística de San Luis, productora del filme: tomas aéreas de las bellezas naturales de la provincia injertadas arbitrariamente, sin disimulo, y que por la diferencia de imagen con el resto parecen de algún viejo institucional.
Está claro que la diferencia de presupuesto con producciones de Pixar o DreamWorks hace imposible acercarse a esa calidad, pero los problemas graves de la película no están relacionados con eso. Y, finalmente, al público no le venden las entradas para Soledad y Larguirucho más baratas que las de Valiente .