Una suerte de misantropía homeopática
Como en otros films uruguayos signados por la influencia de Whisky, donde Rocamora fue asistente, en Solo también hay personajes atrapados en vidas rutinarias, algo introvertidos y con problemas para relacionarse con propios y ajenos.
Solo llega a las salas argentinas casi dos años después de su estreno en la otra orilla del Río de la Plata, donde inevitablemente fue relacionada con otros títulos y directores de ese país. No parece casual. Su realizador, Guillermo Rocamora, fue asistente de producción de la que quizá sea la película más reconocida del cine uruguayo contemporáneo: Whisky, de Juan Pablo Rebella y Pablo Stoll. Solo comparte con ella –y con otros films producidos allí durante la última década– el deseo de encontrar personajes atrapados en vidas rutinarias, algo introvertidos y con problemas para relacionarse con propios y ajenos, recorriendo un sendero que pisa algunas baldosas de aquel viejo neorrealismo pero que no abandona los pequeños detalles humorísticos por vía del costumbrismo.Más allá de los ismos, esa tonalidad gris que parece haber acompañado durante una buena parte de su vida a Nelson (el debutante Enrique Bastos), protagonista de la ópera prima de Rocamora, permite vislumbrar nuevamente –como en la citada Whisky, como en La vida útil, de Federico Veiroj, como en Gigante, de Adrián Biniez– una suerte de misantropía homeopática que no llega a aplastar del todo a sus personajes, un patetismo que nunca los termina de arrastrar hasta el fondo del foso. Existe siempre un gesto mínimo de afecto y humanidad, una posibilidad, aunque más no sea ínfima, de recuperación e incluso de redención. Polisemia interpósita, ese “solo” del título remite a la soledad del protagonista, trompetista de la banda militar de la fuerza aérea uruguaya –en particular luego de que su mujer lo abandone sin mediar palabras–, pero también a su cualidad de músico y a la posibilidad de ese momento de lucimiento individual en el uso del instrumento.“Ahí está”, repite Nelson siempre algo cabizbajo, aceptando como una condena lógica cada uno de los pequeños y grandes golpes de la vida cotidiana. Una vida de hombres uniformados, de rituales marciales y órdenes (de orden, en definitiva), en la cual la presencia o ausencia de tres mujeres (esposa, madre, amante eventualísima: las argentinas Claudia Cantero, Marilú Marini y Rita Terranova, respectivamente) reafirman ese camino no tanto elegido como impuesto por las circunstancias, las necesidades y las decisiones de un pasado remoto. Como en la vida de Nelson, también hay algo excesivamente formateado en los giros elegidos por Rocamora y su coguionista Javier Palleiro para narrar esta historia mínima, una entrega por momentos casi total a los mandatos de las formas y modos del cine periférico santificado por los festivales internacionales de cine.La posibilidad de acceder a un concurso de canciones inéditas se transforma en un punto bisagra de la trama y, al mismo tiempo, en un mecanismo de suspenso desabrido, marcado por las casualidades impuestas desde el guión. Compensación, a su vez, de una consciente falta de desarrollo del personaje que, de esa manera –y casi como si se tratara de arrepentimiento– se instala a presión hasta el desenlace. Lo mejor de Solo hay que buscarlo en los detalles, en los momentos de verdad habilitados por la descripción de los sitios reales (el film fue rodado en dependencias militares y gran parte de los extras son auténticos miembros de la banda musical de la F.A.U.), en algún apunte sutil construido en el montaje en base a las miradas del protagonista.