Uruguayísima
Melancólica, tierna, agridulce, cuenta una historia que va dramáticamente in crescendo.
A priori, el título y el país de origen (Uruguay) predisponen a esperar una película melancólica, grisácea, agridulce. El prejuicio se cumple: Solo es uruguayísima. En su opera prima, Guillermo Rocamora cuenta los rutinarios días de un cuarentón en un tono y un estilo similar al de títulos icónicos de la cinematografía oriental reciente, como Whisky, de Pablo Stoll y Juan Pablo Rebella, o Norberto apenas tarde, de Daniel Hendler.
Hay que tener paciencia para disfrutar de esta historia lacónica, tierna, que parece no arrancar pero va creciendo poco a poco, hasta crear un suspenso inesperado. Cuesta asociar la música a la burocracia, pero en Nelson (muy buen trabajo de Enrique Bastos) se conjugan: él es trompetista de la banda de la Fuerza Aérea Uruguaya. Vive en un mundo quedado en el tiempo, analógico, hecho de casetes y viejos teléfonos de línea. Tiene un matrimonio frustrante y, sin hijos ni amigos, no aparecen estímulos en su horizonte: apenas cumplir con la orquesta, ir y venir de los ensayos y los conciertos a horario y con el uniforme en regla. Hasta que aparece una zanahoria para seguir tirando adelante: un concurso de canciones inéditas.
Solo habla de la crisis de los 40, cuando, para bien o para mal, ya gran parte de la vida está hecha y el riesgo del estancamiento es grande. De las segundas oportunidades, de puertas que parecían cerradas y pueden volver a abrirse cuando el destino ya parece trazado e irrevocable. Y también de la eterna lucha entre deseo y deber ser. De la tentación de cobijarse en una estructura o recuperar cierto espíritu aventurero y salir a la intemperie en busca de esas emociones que le dan sentido a la existencia. Una encrucijada a la que, tarde o temprano, la mayoría debe enfrentarse.