Solo no puedo
“Solo no puedo”, dice Nelson. Una vez. Dos veces. Lo reafirma. Y lo dice en relación a su próxima participación en un concurso de canciones inéditas, en el que se anota y donde deberá estar acompañado por un colega guitarrista, porque solo, con su trompeta, no puede. Pero bien podría decirlo por su vida sentimental, ya que su mujer lo acaba de abandonar y se encuentra girando en vacío, buscándola y tratando recuperarla, pero también sin afrontar demasiado a fondo esa situación. Solo, la opera prima de Guillermo Rocamora, multiplica los ecos del título e indaga en la experiencia de ese hombre enfrentado a la soledad: lo sigue en sus paseos en moto, en su obsesivo abordaje de la ejecución musical como integrante de la Fuerza Aérea uruguaya, en los encuentros con su madre, otra mujer que está lejos dentro de su vida.
Solo parece atravesada por esa estética habitual del denominado Nuevo Cine Argentino, donde aparenta suceder poco y en el que los personajes se comportan crípticamente, con diálogos dichos a media y una escala de conflictos mínima. Sin embargo, hay en la película de Rocamora algo del orden de lo uruguayo, que cambia aquella apatía por una amabilidad y bonhomía evidentes, y que termina conectando a Solo con otros films de ese país como Gigante o Whisky: la soledad de los personajes es algo menos buscado o conectado con una herencia generacional, y sí relacionado con el orden de lo rutinario en la vida de esos personajes. Ese mínimo cambio le otorga a estos relatos una mayor liviandad y ligereza, acercándolos a un tipo de comedia introvertida, cercana al drama, pero sin caer en el melodrama.
El acierto de Rocamora está en los detalles, en cómo construye la soledad de su personaje aprovechando tanto los espacios privados (el hogar) como los públicos (las calles y los paseos en moto, los ensayos de la banda militar), y en cómo trabaja con una mixtura de actores nóveles, integrantes de la Fuerza Aérea que nunca habían estado delante de una cámara y actrices profesionales y de calidad probada como Claudia Cantero, Rita Terranova y Marilu Marini, sin que se note la diferencia. Allí se ve la mano del director, que nunca es deliberada (como sí ocurre en muchas películas del Nuevo Cine Argentino atravesadas por excesos formalistas) aunque su obra parezca sucumbir en algunos instantes al encanto del cine festivalero.
En definitiva la película habla de la soledad como una instancia en la que, después de todo, hay posibilidades de lanzarse ante lo imprevisible. Nelson acciona y toma decisiones, y se balancea entre el deseo y las obligaciones que su trabajo le imponen. Tal vez la película, formalmente, no se arriesga tanto como su personaje y ahí pierde algo de fuerza. Es que este tipo de películas pueden agotarse velozmente, no tanto como movimiento sino, incluso, como obras únicas. Porque cuando uno les descubre la apuesta estético-conceptual se hace difícil ir un poco más allá. A Solo la dignifica en definitiva ese clima amable que campea durante todo el relato y la gran actuación de Enrique Bastos, que hace de la soledad un lugar propicio para las segundas oportunidades. En su pedido de auxilio (“solo no puedo”), sin una angustia marcada en exceso, hay algo que vibra y hace avanzar el relato.