Vacía y superficial
Solo el amor (2018), de Diego Corsini y -Andy Caballero, es una comedia romántica adolescente Naive hasta el hartazgo, sobrecargada de clichés y con algunos momentos reprochables.
Noah (Franco Masini) es el cantante de una banda de “punk”. Emma (Yamila Saud), una jovencita abogada que trabaja con su padre (Gerardo Romano) aunque su deseo real es pintar. Ambos vivirán un noviazgo en conflicto por la diferencia de sus mundos.
La estructura de la comedia romántica adolescente es clásica y se recicla constantemente porque siempre hay algo que sigue funcionando. El problema con Solo el amor es la sobrecarga de clichés que no aportan ninguna vuelta de tuerca que los reformule para reavivar el encanto o para volver a sorprender de alguna forma. En principio los personajes son delineados con un trazo grueso casi caricaturesco: Muy maquillados, muy peinados y muy limpios incluso, cuando se pretende lo contrario cual tira televisiva, la prolijidad extrema y estática expone el artificio. Este tono excesivo no la favorece: busca ser tierna pero exagera de ingenuidad provocando un desconcierto que causa gracia por sobre cualquier pretensión de la película.
Sobre el guion surgen constantes preguntas y saltan las incoherencias, con un verosímil mal sostenido y pocos instantes efectivos. La participación de Andy Caballero, conllevaba la expectativa de una estética con momentos cliperos que aporten un ritmo diferente, pero tampoco. Porque hay un videoclip muy clásico que corta y se despega de la trama para luego volver a la normalidad de una forma poco orgánica.
Sin embargo, lo más insólito es el factor social que los directores añaden en la trama: En una cita los jóvenes enamorados visitan una exposición de fotografías. En primer plano -ocupando toda la pantalla- irrumpe la imagen de personas en situación de marginalidad. La pareja pasea entre estas imágenes, se divierten y coquetean indiferentes. Esta muestra es objeto de asombro para estos jóvenes pertenecientes a una clase social alejada años luz de lo que ven. Comentan entre ellos sus impresiones superficiales y vacías de un mundo que claramente desconocen, “uno creería que no se puede ser feliz en ese contexto, pero mirala a ella”, afirman sobre la foto de una nena sonriendo y metiéndose el dedo en la nariz en el medio de la indigencia, por ejemplo.
Varias veces durante la película se vuelve a este momento, que funciona como una suerte de “inspiración”, para los personajes que en ningún momento siquiera se acercan a hacer una lectura más profunda del tema, cuestionarse o sentirse afectados por lo visto. Les pasa por el cuerpo de la misma forma que si hubieran ido a pasear por una feria. En resumen, queda ese sabor amargo del mensaje con “onda” del mundo cool metido donde no encaja.