Ya pasaron más de veinte años del estreno de Harry, un amigo que te quiere bien (2000), una película inquietante protagonizada por el catalán Sergi López que llegó a los cines argentinos y nos alertó de la aparición de un director francés muy prometedor, Dominik Moll, al que más de un crítico señaló en aquel momento como un digno heredero de Claude Chabrol, uno de los exponentes más singulares y perturbadores del cine de la nouvelle vague.
En todo ese tiempo, Moll trabajó como asistente de Laurent Cantet (Recursos humanos, Entre los muros) y dirigió un puñado de largometrajes que confirmaron a medias las expectativas que había generado. Su momento de mayor exposición fue el estreno, en la apertura del Festival de Cannes de 2005, de Lemming, una historia densa y oscura protagonizada por dos grandes actrices, Charlotte Rampling y Charlotte Gainsbourg, pero Moll no logró consolidarse como el cineasta de peso que parecía ser hasta que volvió, en 2020, a cosechar encendidos elogios con Solo las bestias, que renovó el interés de la prensa cinematográfica europea por su obra.
Está claro que el terreno donde mejor se mueve este realizador es el del thriller. Como sus incursiones en la comedia no fueron del todo convincentes, tomó nota de esa debilidad y decidió regresar al género donde se siente más cómodo. En este caso, la historia se desarrolla en un paisaje inhóspito y cubierto por la nieve, tiene varios protagonistas y distintos puntos de vista que se van entrelazando con suficiente ingenio como para mantener la tensión de principio a fin. También se beneficia de la solidez de un elenco en el que brilla especialmente Valerie Bruni-Tedeschi como una mujer casada con un millonario del que no está enamorada y que se enreda en un intenso affaire con una jovencita que tendrá un desenlace inesperado y brutal.
Todos los personajes de este film basado en una novela -Seules les bêtes, del francés Colin Niel- tienen algo que ocultar. Y son sus intrincadas y riesgosas maniobras de distracción las que van disponiendo sobre el tablero de una narración realmente eficaz las piezas de un puzzle que quedará armado recién sobre el final. Aun cuando algunas de las líneas argumentales son más débiles -sobre todo la que incorpora a la trama a un grupo de jóvenes africanos dedicados a una serie de estafas digitales que asumen como singular venganza por las históricas agresiones del colonialismo-, el relato atrapa con un esquema de revelaciones graduales en el que juegan un papel clave las mentiras y las frustraciones de los protagonistas.
El clima de Solo las bestias -más allá de la gelidez abrumadora del contexto- también remite al melodrama teñido por los exabruptos del amor fou. Y la tragedia se desata por la insatisfacción general: nadie tiene lo que anhela, y el deseo por conseguirlo de cualquier forma se convierte en condena. No hay héroes ni redenciones en este cuento macabro con el que Moll confirma su estatus de pesimista explícito y obstinado.