AMORES Y DESAMORES PERROS
De manera casual, tal vez, la anteúltima película de Dominik Moll (tiene una última, La nuit du 12, estrenada en el reciente Cannes) traza desde su título un paralelo con los Amores perros de Alejandro González Iñárritu; es decir, estamos ante otro retrato coral de la sociedad, otro relato dividido en capítulos y otra historia que referencia lo peor de las personas con el mundo animal: los perros allí, las bestias aquí. Hay algo de la imposibilidad de ver lo horroroso en lo humano que relaciona a estas películas con el Diario Crónica. Y si bien aquella película del mexicano no es el peor ejemplo de su cine (que fue perfeccionando su miserabilismo con el paso de los años), sirve como ejemplo de un tipo de propuesta fuertemente afincada en el mundo de los festivales y en el universo del cine de autor. Si Solo las bestias escapa un poco a esa etiqueta, es gracias a que Moll no termina de ocultar sus dotes de buen narrador y hábil generador de climas.
Ambientada en un paraje bucólico francés, un territorio nevado que recuerda al Fargo de los hermanos Coen, Solo las bestias comienza con una historia que progresivamente se va abriendo como en un caleidoscopio que deja ver diversas taras de la sociedad: de hechos más íntimos como una infidelidad a otros más universales, como las estafas virtuales que sirven de excusa para reflejar miserias del colonialismo europeo. En un comienzo tenemos Alice, una mujer que visita a su amante, un hosco hombre de campo, y que convive con un padre algo imperativo y un esposo distante, metido siempre en su trabajo de la cría de ganado. El montaje recorta diversas situaciones y los personajes dejan respuestas en suspenso, por lo que Moll nos da la pauta de que aquí hay algo más de lo que en primera instancia se nos muestra. La desaparición de una mujer -primero- y la del esposo mencionado anteriormente -después- generan el primer giro en la película. Giro que se toma como un cierre de capítulo, ya que la película continuará mostrando esos mismos hechos pero desde diversos puntos de vista.
La mayoría de las historias tienen al engaño como elemento singular, engaño que en ocasiones puede llevar a hechos triviales, a decisiones intempestivas y lindantes con lo humano (un personaje oculta un cadáver como si se tratase de un muñeco) o directamente pretenden mirar las desigualdades del mundo con un dejo de ciudadano sorprendido con las cosas que pasan. A diferencia de Iñarritu -está dicho- Moll tiene la habilidad suficiente como narrador para darse cuenta que lo que tiene entre manos es un thriller antes que un film de denuncia, y nunca se deja ganar por el panfleto. Eso no impide, claro, que la película se balancee entre momentos notables y con filoso clima de suspenso, y otros que son demasiado bochornosos o banales, plagados de giros un poco inverosímiles, en los que el guion se impone a cualquier lógica. Solo las bestias es una película que padece algunos de los males del cine actual, especialmente el que circula por el palmarés de los festivales, y que funciona mejor si uno no se lo toma demasiado en serio. Y es, gracias a su efectividad (ha ganado premios después de todo), una de esas películas que puede devolver a un director como Moll al lugar que parecía ocupar allá por el 2000 con Harry, un amigo que os quiere, su segundo y muy interesante film.