Para nadie
Esta temporada nos tocan los gallegos. Solo para dos es algo así como un anacronismo viviente, una criatura que se vuelve exótica por los peores motivos imaginables, el principal de los cuales es su inenarrable torpeza y falta de timing, ese don no tan misterioso sin el cual una comedia no es una comedia. El caso es que parece ser la hora de los españoles en el cine industrial internacional, y en esta oportunidad tenemos a dos argentinos en medio de un elenco mayormente español dirigido por un español. El título de la película corresponde al nombre que recibe un resort en la consabida Isla Margarita, donde van a parar las parejas deseosas de pasar una vacaciones más o menos románticas de la manera más convencional posible. El hotel de marras está regenteado por un matrimonio en crisis: en la primera escena la chica (Martina Gusmán) quiere volverse a Buenos Aires, pero se ve obligada a quedarse para salvar las apariencias mostrándose junto su marido frente al contingente de pasajeros, ya que no queda bien que los dueños contradigan con sus desavenencias el lema del lugar, una especie de invocación acerca del amor de pareja eterno. El otro argentino de la película (Nicolás Cabré) es abandonado por su mujer en el aeropuerto, por lo que llega solo como un perro para complicar las cosas. En su afán de reforzar el carácter asimétrico que representa el personaje en el esquema planteado por la película, hay una serie de planos que muestran a las parejas paseando de la mano y a Cabré que cierra la fila solo; otra con las parejas tiradas al sol y a Cabré solo; otra en la que las parejas juegan a la paleta y se lo ve a Cabré solo haciendo rebotar la pelotita atada a la paleta. Aunque parezca increíble, la película muestra estas escenas una detrás de la otra. El sistema de Solo para dos es el de la repetición, la acumulación y la redundancia, sin que nada de ello produzca el menor efecto cómico. En realidad es difícil encontrarse en estos días con un espectáculo tan poco generoso, ensamblado con tanto desinterés, no digamos ya por el cine (ese planeta ajeno e inalcanzable) sino por algo que se parezca, aunque fuera de modo elemental, a la comicidad. La película carece de otros argumentos que no sean la morisqueta a destiempo, el prejuicio y el lugar común. En ese contexto más bien melancólico, la única que de verdad parece un ser humano es Martina Gusmán. La actriz pertenece a una especie diferente dentro de la película, jugando cada escena como si fuera una lucha cuerpo a cuerpo con las limitaciones que la letra del guión le impone, una suerte de perfomance privada en la que el plano se invisibiliza para que, con todas las dificultades del caso, aparezca algo de un orden distinto. Salvo el de Gusmán, en Solo para dos todos los personajes parecen tarados, todos están mortalmente incapacitados para ejercer alguna forma de magnanimidad, de lucidez o de felicidad; las mujeres se enamoran siempre de los hombres equivocados, los hombres practican el deporte alegre de la promiscuidad, pero tampoco pueden alcanzar la felicidad, porque viven bajo el peso de sus propios deslices fuera del mandato del matrimonio. El fantasma que atraviesa esta comedia sin gracia es el de la culpa.