Un montón de gente incómoda
Cuando las comedias mainstream nacionales (Dos más dos, Corazón de León) están siendo un poco más profesionales en aspectos técnicos que aquellas comedietas producidas por Telefé o Pol-Ka en los 90’s, el estreno de Sólo para dos es como un túnel del tiempo. Ojo, no es que aquellos aciertos técnicos se trasladen también a la mirada que esas películas tienen sobre el mundo, pero por algo se empieza: primero se es un poco más competente en lo formal, tal vez luego venga la renovación en la mirada. Tal vez, y eso tenga que ver otros autores y otra gente relacionada con los proyectos. Lo conservador y machista, persiste. Pero Sólo para dos es un volver porque mantiene esa celebración de cierta viveza masculina y la postulación de la histeria femenina, a la vez recupera el despropósito formal de comedias como Papá se volvió loco o Un argentino en Nueva York: una pobreza estética que se completa con malas actuaciones, un feísmo visual sin igual, situaciones que parecen improvisadas en el rodaje y una escasa idea de cómo se construye un gag o una situación graciosa.
Hay que señalar que Sólo para dos es una coproducción con capitales venezolanos y españoles, y claro que en algún lugar las cinematografías hispana y argentina se emparientan: cada país tuvo sus comediantes populares y su aprecio por la comedia picaresca masiva. Esto debe entenderse, sobre todo, por tratarse de sociedades que vivieron a la sombra de dictaduras durante un largo tiempo. Sin embargo, el vacío parece culturalmente instalado cuando pasados ya muchos años de aquellas dictaduras, ese humor persiste y se sostiene. Aunque menguado en sus alcances y con un intento -vano- por mofarse de cierto prototipo machista -porque al fin de cuentas se pone en crisis pero se termina celebrando igual-, este film de Roberto Santiago es una picaresca castrada: se recurre al formato vodevilesco de confusiones en la playa, pero se tiene el prurito intelectual de caer en el chiste grueso. Y la película no termina siendo ni una de Woody Allen ni una de Porcel y Olmedo. Al fin de cuentas la única que le hace honor al subgénero es María Nella Sinisterra, que tiene poco talento pero al menos hace lo que tiene que hacer: muestra sus tetas dos veces.
Invalidada -por pecho frío- su celebración machista e imposibilitada, por lo básico de su trama de parejas que se hacen y deshacen, su potencia intelectual, Sólo para dos queda a merced de lo que pueda hacer su elenco. Hay una creencia, por estas tierras, de que el gesto ampuloso es el génesis de la comedia. Ante esto, Nicolás Cabré debería ser el rey: Cabré, ya lo he dicho antes, supone que ser gracioso es apretar los dientes y zarandear la cabeza de acá para allá como esos perritos que se ponen en los autos. Y lo peor es que en ese plan lo acompañan Santi Millán y Antonio Garrido, dos españoles que convierten en algo grotesco hasta a la misma definición de grotesco. Aunque las palmas se las lleva Martina Gusman, quien interpreta a la dueña de este resort caribeño con la misma tensión y pesar que a la médica de Carancho sin darse cuenta que está adentro de una comedia. No hay amabilidad ni simpatía en su rostro, más allá de que su personaje la esté pasando mal.
Hay una escena que está bastante bien pensada: la confusión de amantes en un restaurante. Pero la misma es tirada por la borda por lo anterior, las actuaciones son pésimas. Y hay un intento de seducción de Cabré a Sinisterra que, filmado en un plano, funciona. Si uno lo piensa bien, lo de Gusman parece un ejercicio metalingüístico: si su actuación es más digna de un drama ambientado en el conurbano bonaerense que de una comedia veraniega y ligera como esta, el film puede leerse como el encuentro de un montón de gente (personajes, actores) que preferiría estar en otro lado pero no puede. Y uno también, como espectador, desearía estar en otro lado en vez de estar mirando esta cosa. Esperemos que al menos el elenco y el equipo técnico hayan pasado unas lindas jornadas de playa en semejante lugar paradisíaco.