Al este del Edén.
Teniendo en cuenta el título del film dirigido por el newbie tras las cámaras Peter Billingsley, y jugando un poco con el sentido que de él deriva, me pregunto por qué vi una película que se autoproclama desde el vamos como sólo para parejas. Realmente, soy todo un insubordinado: un hombre soltero como yo debería haber hecho caso a tamaña advertencia, así podría haber empleado las casi dos horas de metraje que me llevó ver este infortunio en algo más productivo y placentero como mirar fijamente el techo de mi habitación. Es que en este film para nada incorrecto, altamente discursivo (con idas y vueltas de dichos amorosos o hirientes que son puro palabrerío acartonado, gélido) y de gags que quizás pueden sorprender a alguien que ha ido al cine una o dos veces en su vida o que se deleita ciegamente con los rostros de actores y actrices ya conocidos en el mundo del espectáculo, las situaciones se estructuran con una ordinariez de lujo (no sólo por el contexto en que se desarrolla el film) mientras abrazan de manera constante la más detestable noción de sentido común. Un sentido que se apoya sobre las creencias de la mayoría de las personas, y que en este caso (cinematográfico) convierte a lo representado en pantalla en algo prudente y subordinado a cierta buena conciencia compartida, provocando que la película de Billingsley no escape jamás al correcto uso de la mesura. O mejor dicho censura, si se tiene en cuenta algunas imágenes y resolución de momentos que se suponen humorísticos (ya volveré más adelante sobre este punto).
Durante un viaje que emprenden cuatro parejas hacia una isla paradisíaca cuyo nombre es Edén (redundancia al margen), la frescura no tiene lugar posible: Dave (Vince Vaughn) es un hombre de familia correctísimo, un vendedor de videojuegos que parece ser, siguiendo la categoría del empleado del mes de toda gran empresa, el mejor en lo que hace. Y aquí hay un dato curioso (y fabuloso): al parecer, en la película este personaje ha logrado grandes ingresos dedicándose con extremo empeño a la venta de games, de allí que sea generoso por demás con su mujer y sus amigos. Lo cierto es que este empleado goza, no se sabe muy bien cómo o por qué, de los ingresos de un programador, gerente o presidente, y no duda jamás en gastar en azulejos de mil dólares o en comprarle una moto a uno de sus mejores amigos para que conquiste a una joven. Dave es, ante todo, un hombre bueno y serio. Y esa seriedad y bondad por los otros hará que comparta un trip de pleno relax luego de dejar a sus dos pequeños hijos bajo el cuidado del abuelo Jim Jim, un personaje que, según el rostro de Dave, se nos sugiere perturbador y conflictivo (aunque la película jamás explica la sorpresa y el desagrado que el semblante del protagonista expresa en primer plano cuando sus dos críos más que educados le comunican al padre la llegada del longevo).
Entonces, liberado el hombre de su rutina, y emprendiendo esa maravillosa aventura en pos de solucionar el conflicto de uno de sus amigos, Jason, que quiere salvar su relación (las vacaciones son, por sentido común, el tiempo perfecto para alcanzar el relajo y recomponerse de todo trajín laboral, conflicto o tedio cotidiano), Sólo para parejas deviene un pobre exponente de la comedia de matrimonios que se debate entre un humor simplón y la ausencia notable de buenos momentos amorosos. Esos pasajes, instancias elaboradas celosamente a través de la mesura o prudencia, pueden apreciarse en particular cuando Shane (Faizon Love) debe quedarse desnudo en las arenas de la playa, ya que no trae ropa interior. En esa situación, su cuerpo obeso no es expuesto de la manera en que será registrado más adelante el cuerpo del latin lover Salvadore (Carlos Ponce). Porque mientras no hay registro del cuerpo entero del primero (sólo fragmentos), sí lo hay del segundo (más allá de la “ingeniosa” censura que Billingsley le otorga en un plano al divo mientras emerge de las aguas como si de un adonis se tratase). También existe un abordaje prudencial cuando Joey (Jon Favreau) decide intentar masturbarse preso de una especie de mezcolanza de tedio y placer: en ese instante, la acción no comienza debido a la interrupción de uno de los camareros del hotel, pero se nos sugiere con sumo recato. Es evidente que no estamos vacacionando en el paraíso incorrecto de la comicidad imaginado por lo hermanos Farrelly, sino en un terreno muy poco arriesgado y original.
Y esa falta de riesgo, de frescura, de juego, de originalidad, se potencia cerca del cierre del film: allí, las parejas culminan por llegar al este del Edén, un lugar sólo para solteros. Si el oeste es en donde ellos deben residir dado su estatuto social que los convierte en individuos no aptos para el goce desenfrenado o los excesos (una lástima), es en la latitud opuesta donde encuentran la solución definitiva a sus conflictos no sin antes pasar por unas bochornosas y prolongadas sesiones discursivas: en medio del baile conformado por una muchedumbre de cuerpos jóvenes (sí, porque los solteros para Billingsley son todos jóvenes, como bien indican las declaraciones de la ex esposa de Shane, especie de aparición mágica en la historia) los problemas de pareja comienzan a resolverse a puro dicho aleccionador que deja bien en claro la importancia del núcleo familiar y de aquellas relaciones formales de duración prolongada. De esta forma, las cuatro parejas al este del Edén entienden que su lugar es otro: han madurado, crecido y se han convertido en adultos casados (algunos con hijos). Las responsabilidades los alejan de la juventud, de la soltería y de ese territorio ubicado al este que se supone excesivo. Los amantes del sentido común pueden dormir en paz.