El difícil arte de hacer reír
Hacer reír es un arte complicado. Lo dicen todos. Es complicado, primero, porque cada uno se ríe con lo que puede y quiere, no hay una sola cuerda o una cuerda segura que convoque a la risa, y segundo porque la risa, en definitiva, es una respuesta no del todo respetada o deseada por los mundos intelectuales. En ese contexto, lo del payaso es una profundización en esa extraña misión: porque hay toda una dedicación esforzada en construir situaciones que convoquen a la risa, una risa que es buscada de manera pensada y estratégica. De ahí, que muchas veces el término payaso sea utilizado de manera despectiva: es un payaso aquel que con demasiado esfuerzo se toma las cosas poco seriamente y sólo parece perseguir un fin bufonesco. Sátira, parodia, comedia, ingresan en un esquema de arte menor. Por eso es muy atractivo un documental como Sólo para payasos, de Lucas Martelli, que viene a revalidar el rol del payaso pero, fundamentalmente, de la risa y su poder exorcizante.
El documental está construido en dos niveles: en el primero de ellos, y más básico -pero llamativamente más interesante-, tenemos a varios payasos de diversas partes del mundo explicando su arte y explicándose a sí mismos; en el segundo nivel ingresa una ficcionalización que pone a los payasos en el contexto de una reunión de clowns a la que acuden referentes de cada rincón del planeta, y que intenta dar una idea de universo regido por el absurdo y el sinsentido que toma vida y se revela como espejo deformante del nuestro. Y llamativamente es ahí, en su parte más libre y creativa, donde el film encuentra su costado más flaco y menos interesante.
Sólo para payasos funciona cuando son los propios protagonistas los que explican cómo esta actividad, una de las más esforzadas dentro del mundo del espectáculo y de fuerte raigambre popular dentro de las artes que se han nucleado históricamente en lo circense, se fue transformando en un arte con sus formas y sus reglas. Están los que se pintan la cara, los mimos, las payasas, el líder: todos símbolos de un complejo entramado social que encuentra su doble en el mundo real -es interesante cómo también, aquí, el rol de la mujer llega con el tiempo y se va definiendo como subversor de un mundo previamente pautado por la influencia masculina, sin embargo su presencia invisible es a la vez imprevisible y por eso visto como algo positivo por las propias mujeres-.
El que refleja el documental es un mundo potente, ya que la risa que busca el payaso ha sido siempre la más interesante, la del débil que se burla del poderoso. De ahí que se trate de un arte político y que en muchos casos la actitud del payaso sea combativa y hasta se abrase con ideales anarquistas. En Sólo para payasos vemos, en definitiva, ese movimiento continuo de estratos sociales que conforman ese universo: están aquellos formados académicamente y los formados en la calle; están los que toman esta actividad como una forma de lo poético y los que lo hacen desde una actitud militante; los que lo hacen como una forma de subsistencia y los que se asumen como un engranaje en una producción masiva e internacional como la del Cirque du soleil. Lo de Martelli es más que encomiable, porque teniendo en sus manos tantas variantes de un mismo arte, nunca se confunde, le da voz a todos y aunque más o menos entendamos qué es lo que él defiende desde su pertenencia también como payaso, el film acepta esa multiplicidad de voces y la hace propia.
Pero lamentablemente el documental se pierde la oportunidad de erigirse como la obra definitiva sobre el arte de los payasos (hay incluso un juego con los estereotipos históricos que ha utilizado el cine para juzgar a la actividad: desde el payaso triste hasta el enamoradizo y errante) cuando mecha, entre las definiciones de cada protagonista, la ficcionalización de aquel encuentro de clownes. La sucesión de cuadros no sólo es dispersa, sino además poco inspirada. El error habitual del documentalista cuando construye ficción es creer que el universo retratado es tan autosuficiente que todo lo que se cuente será interesante porque sí. Y esto no ocurre porque la ficcionalización se nota poco rigurosa y demasiado atada a la improvisación, haciendo que los 105 minutos se sientan un poco largos.
En todo caso Sólo para payasos puede ser entendido como un buen borrador, una suma de ideas atractivas que merecen un desarrollo mayor pero que encuentran aquí un marco respetuoso por demás atendible y apreciable. Se nota y trasciende la pantalla el amor de los involucrados por aquello que hacen, y especialmente la idea de que lo que se está haciendo surge de un análisis introspectivo. Pensarse es siempre un buen ejercicio. Este documental, lo hace.