Ensalada rusa
Si algo caracteriza a la superproducción argentino española Solo se vive una vez (2017) es la mezcla de estilos, estéticas, géneros, idiomas y hasta religiones. Mezcla que configura un cóctel explosivo, y no en todos los casos, con el mejor resultado.
La ópera prima de Federico Cueva, con experiencia en la realización de escenas de acción y supervisor de dobles de riesgo, es un trago difícil de digerir. Por un lado, no tiene ninguna pretensión de ser más que un buen entretenimiento, mientras que por el otro, es puro riesgo. Ambas intenciones son loables, aunque la apuesta a géneros no tan probados en el público local -como es el caso de la comedia de acción- tenga una recepción al menos incierta.
La historia nos trae a Leo (Peter Lanzani), un estafador de poca monta que filma a su novia (Eugenia Suárez) acostarse con hombres poderosos para extorsionarlos luego. Resulta que el cliente de turno es un empresario agropecuario (Carlos Areces) obligado por los mafiosos Duges (Gerard Depardieu) y López (Santiago Segura) a firmar un documento fuera de la ley. El papel cae en manos del protagonista que debe huir y disfrazarse de judío ortodoxo para ocultarse en una sinagoga.
Esta producción de gran escala no pasará a la historia por su argumento sino por el elenco que reúne: Gerard Depardieu encabeza el reparto al que le siguen los españoles Santiago Segura (también productor), Hugo Silva y Carlos Areces. Del lado local están los argentinos Peter Lanzani, Darío Lopilato, Pablo Rago, Luis Brandoni y Eugenia Suárez, entre otros. No sólo delante de cámara hay figuras, detrás de ellas se encuentran el director de fotografía Guillermo Nieto (La luz incidente) y la directora de arte Graciela Oderigo (Diarios de motocicleta), nada menos, dándole una factura técnica impecable.
Al igual que Permitidos (2016), que transita un género exitoso como lo es la comedia romántica, Solo se vive una vez intenta conquistar a un público joven que consume el cine de Hollywood con pie en la denominada nueva comedia americana, y se identifica con los actores de la televisión local. Para esta audiencia la película se excede en chistes escatológicos, un alto grado de irreverencia en su burla al judaísmo ortodoxo y el repetido gag con el dialecto local, exacerbado por las múltiples nacionalidades del elenco.
Solo se vive una vez es una película al límite, y no por la acción que desarrolla. Bordea la delgada línea entre el chiste y la ofensa, entre lo escatológico y lo gracioso, entre la referencia y el ridículo, entre la superproducción divertida y la película bizarra. Algo es seguro, es una apuesta contundente a incursionar en un cine más cercano a Torrente: Operación Eurovegas (2014) que a nuestra Los Superagentes: La Nueva Generación (2008) abriendo el espacio para futuras producciones similares, con el riesgo que eso implica. En ese límite juega sus fichas, y la respuesta del público confirmará o no, dicha jugada.