Hollywood en castellano
Peter Lanzani protagoniza esta comedia de acción, y se la pone al hombro, pero todo suena a imitación.
Sólo se vive una vez conduce a una pregunta cuasi existencial: ¿para qué ponernos a fabricar hamburguesas si nuestra especialidad en comida rápida es el choripán? No hay dudas de que Hollywood impuso su modelo narrativo en gran parte del mundo -aquel fenómeno llamado colonialismo cultural-, pero ¿es necesario seguirlo tan al pie de la letra?
Explosiones, persecuciones, tiros, patadas: recursos que ya están gastados hasta en las superproducciones yanquis, aquí aparecen a cada paso, como si alguien dijera “miren, acá también podemos hacer piruetas y romper todo”. Sí, ¿y? Ya nada de esto causa sorpresa, adrenalina o cual fuera la sensación buscada. Más bien al contrario: por mejor hechas que estén las escenas de acción y los efectos especiales -y aquí, dentro de todo, están bastante bien-, siempre tendrán un regusto pobretón en comparación con el modelo imitado.
Como la sucursal de una franquicia multinacional, esta historia podría estar ubicada en cualquier lugar del mundo y nada cambiaría. El color local está dado por los drones y sus tomas aéreas de Buenos Aires, y algún que otro escenario emblemático de la ciudad. Pero Sólo se vive una vez es, ante todo, una comedia simpática, y cuenta con la autoconciencia como virtud. Se ríe de sí misma, de su condición de producto for export y su matriz estadounidense: en un momento, alguien menciona a Testigo en peligro, “esa película en la que un fugitivo se refugia en una comunidad religiosa”. Que es básicamente lo que sucede en esta historia; uno entre varios “homenajes”.
Ese fugitivo es Peter Lanzani, que después de apoderarse por accidente de una fórmula química secreta pretendida por unos mafiosos, se camufla en una comunidad de judíos ortodoxos. Hay que decir que el ex Casi ángeles se pone la película al hombro y la defiende a capa y espada. Lo mismo que gran parte del elenco, tanto local como internacional, con Luis Brandoni (hace de un rabino) y el español Hugo Silva (un ridículo sicario) como los puntos más altos.
¿Y Gérard Depardieu? Contra lo que cabía esperarse, lo suyo está lejos de ser un bolo: protagoniza numerosas escenas como un cruel capo mafia. Y lo hace como siempre: admirablemente. Su insólita presencia es tan acertada como su diagnóstico sobre el panorama cinematográfico actual: “El cine estadounidense -le dijo a este diario- se volvió una terrible máquina de hacer dinero. Es difícil luchar contra esta industria idiota, el capitalismo de la cultura”. Esta película es una muestra más de esa batalla perdida.