Conformismo pochoclero
En los últimos tiempos, cineastas independientes se han zambullido en la trabajosa tarea de profundizar géneros aún no explotados en nuestro país. Frente a las producciones del denominado Nuevo Cine Argentino, que cada vez suma más adeptos, los amantes del género fantástico, de ciencia ficción y acción han encontrado su forma de manifestarse a través de circuitos alternativos de distribución y proyección. Ficciones como Daemonium, que integra la escasa lista de películas argentinas en Netflix, o la popular Kryptonita, resultan por demás ejemplificadoras del crecimiento de este colectivo nacional. Sin embargo, no podemos negar que siga existiendo una reticencia por parte del público, sumado a que la promoción de filmes locales en salas comerciales funciona descomunalmente desigual si la comparamos con la de los tanques internacionales. En este contexto, uno de los desafíos primordiales para el cine de género debería ser producir confianza en el espectador, tanto desde los aspectos visuales como de la narrativa, y en esta última, sobre todo, la cinta Solo Se Vive Una Vez deja mucho que desear.
Leo (Peter Lanzani) es un estafador de poca monta que trabaja en conjunto con su amiga Flavia (Eugenia Suarez). Un día las cosas no salen como las esperaban y el empresario al que iban a sobornar es asesinado por un grupo de mafiosos extranjeros, siendo Leo el único testigo del crimen. De ahí en más, el poderoso Duges (Gérard Depardieu) y sus secuaces Tobías (Santiago Segura) y Harken (Hugo Silva), comienzan una feroz persecución por las calles de la Ciudad de Buenos Aires. Para poder sobrevivir, Leo deberá hacerse pasar por un judío ortodoxo mientras se refugia en una sinagoga.
El director de esta comedia de acción es Federico Cueva, un doble de riesgo y realizador de efectos especiales con marcada trayectoria. Precisamente, si hay algo que sorprende es cómo las escenas de acción, con todas sus explosiones y tiroteos, resultan tan poco creíbles teniendo en cuenta que quien las comanda está acreditado como un experto en el tema.
Los diálogos se basan en una sumatoria de chistes bastante poco originales, uno detrás de otro, que resultan insufribles y por momentos pareciera que solo faltan Listorti y compañía para que estemos ante una de esas películas hechas para llevar a los niños en vacaciones de invierno. En este plan de subestimar al público, obviamente el plato fuerte reside en los pasos de comedia sobre la religión judía (si, todo lo más cliché posible que se puedan estar imaginando tiene lugar aquí).
Las actuaciones, en general, son bastante flojas, empezando por la participación de “La China” Suarez, quien ni siquiera puede enunciar unas breves oraciones sin que parezca perdida. En el caso de Lanzani, el papel protagónico le queda enorme y se nota. Más allá de la sobreactuación al intentar plasmar el estereotipo de argentino descarado, su personaje no genera ninguna empatía y los actores secundarios acaban desplazándolo. Ante semejante panorama, la interpretación de Depardieu aparece como unas de las pocas destacables dentro del film, puesto que se muestra correcto durante todas sus escenas.
Para resumir, Federico Cueva en su intento de homenajear a aquellos blockbusters hollywoodenses con los que muchos crecimos, termina por subestimar al espectador con una producción conformista que lejos de innovar no hace más que atrasar unos cuantos años. Necesitamos que el cine de género nacional siga creciendo, pero queda claro que por más ganas y buenas intenciones que haya, este no es el camino.