Paul Haggis es un exitoso guionista (ha escrito films de Clint Eastwood y de la saga de James Bond), ganó el Oscar –injusto– a Mejor Película por “Crash, vidas cruzadas”, y dirigió una muy buena película de denuncia sobre la guerra de Irak, “La conspiración”. Sabe combinar la acción y el suspenso de las buenas ficciones con el aspecto social y político, es decir, el espectáculo y eso que suele llamarse “mensaje”.
En este filme, un hombre –Russell Crowe– intenta sacar legalmente de la cárcel a su mujer (esa gran comediante que es Elizabeth Banks, aquí en un rol dramático), quien asegura ser inocente. A punto de perder la tenencia de su hijo, planea una fuga.
El film discurre entre mostrar las falencias de un sistema legal y cierta condena respecto de la ideología del castigo que la sostiene, y la aventura desesperada de este hombre común transformado en héroe por circunstancias que lo superan.
Haggis toma una decisión interesante al respecto: decide que no hay villanos. Los policías solo hacen su trabajo, mientras que durante casi todo el metraje se conserva la idea de que quizás la mujer miente. Lo que da fuerza a la historia es, justamente, esa ambigüedad realista de su trama y la idea de que el mundo es un lugar tan fantástico y peligroso como un planeta lejano lleno de peligros. El peso recae sobre Russell Crowe que, como siempre, demuestra tener espaldas y presencia cinematográfica para soportarlo.