Los molinos sí eran gigantes
En mi último post escribí sobre un film noir que pertenece al subgénero del procedimiento policial. La contracara de ese tipo de películas, que son algo así como un manual sobre el funcionamiento de la ley y el orden, debería ser un subgénero que se llame de procedimiento criminal (si no es que ya existe bajo otro nombre que desconozco). Ahí entrarían las películas que se denominan de planes perfectos, o casi perfectos. Por lo general, y a diferencia del police procedural, estas películas no intentan mostrar el movimiento de cada engranaje del sistema sino todo lo contrario: los protagonistas son hombres solos que corren de un lado al otro con una llave francesa en la mano para desmontarlo. Pueden tratar de robar un banco, cometer un magnicidio o escapar de la cárcel. Son los genios del mal, y por eso siempre son atractivos, incluso cuando Russell Crowe recuerda al John Nash de Una mente brillante.
En Sólo tres días lo que tiene que hacer su personaje, John Brennan, es un poco diferente a lo habitual de este subgénero. Su mujer fue condenada por homicidio, y a pesar de que todas las pruebas indiquen que se trata de la verdadera culpable, él confía con firmeza en su inocencia. Entonces no tiene que escapar de prisión como pasa la mayoría de las veces: tiene que liberar a su esposa y huir junto al hijo de ambos a un ignoto país adonde la justicia norteamericana no los pueda encontrar. La planificación del delito se hace lejos de una celda, en medio de la vida cotidiana de un profesor de literatura, una profesión que le asigna al personaje las virtudes de soñador necesarias para confiar en su desmesurada estrategia, o para creer que su esposa no cometió el asesinato por el que está condenada cuando todo indica lo contrario. Él mismo lo dice en una de sus clases cuando habla de Don Quijote: ¿cuál es el problema si uno elige vivir en la ficción? ¿Qué pasa si él elije creer que Lara Brennan (Elizabeth Banks) no mató a nadie?
En este caso el protagonista es un hombre solo por obligación, un hombre solo que desea volver a estar acompañado. Lo que mueve al personaje de Russell Crowe no es el amor a la libertad o al dinero, es el amor a secas, como reivindicación del más sagrado acto irracional. Aunque para verbalizar la tesis de la película se use la novela de Cervantes de una forma bastante ñoña, por ese lado pasa una de las cosas más atractivas que ofrece Sólo tres días. Durante toda la película, mientras John planea el rescate como un obseso, se va sembrando en el espectador la duda acerca de la inocencia de Lara. Es una duda que va y viene y se trabaja con cuidado para sostener en ese juego lo que se intenta narrar como una intriga que puede no tener resolución. Pero como ya se sabe Hollywood es más amigo de las certezas que de las vacilaciones y Paul Haggis habla en su contra cuando al final deja las cosas claras con unos flashbacks innecesarios, cuando la película ya prácticamente había terminado.
El resto está dedicado a la preparación de la fuga. Haggis maneja el ritmo con cuidado, se toma el tiempo necesario para mostrar cómo hace John Brennan para educarse en el arte del escapismo, para pasar del aula de clases a la acción más dura. Y oculta unos trucos para sorprender al final, cuando John empiece a ejecutar cada paso pensado con minuciosidad. Sólo tres días no es un film de procedimiento al estilo de Jean-Pierre Melville, ni Crowe es Delon, ni se toma cinco minutos para probar un manojo de llaves como hacían en El samurai, pero siendo la remake de una película ?que no vi? llamada Pour elle, algo de ese acento que tiene el policial francés se debe haber filtrado por alguna hendija. Lo demás, eso de que al final haya que confirmar que los molinos de viento eran gigantes de verdad, seguramente es una nueva idea que surgió al cruzar el Atlántico.
Ya mismo me voy a bajar Pour elle, para confirmar mi teoría y porque acabo de descubrir que Diane Kruger es Elizabeth Banks.