Sólo tres días se desmarca como un thriller que sabe elaborar una tensión creciente y que puede tomarse su tiempo, casi alejándose del mainstream que se hace hoy en Hollywood.
Caso curioso el de Paul Haggis. Cuando algún guión (Million dollar baby) y su opera prima Vidas cruzadas nos hacían despreciarlo un poquito, La conspiración y ahora Sólo tres días nos ponen en la encrucijada de tener que apreciar sus dotes de buen narrador, de inteligente artesano para construir tensión y edificar personajes masculinos que, tras su aparente entereza, esconden muchas debilidades. Atención, la remake Sólo tres días es un retroceso respecto de su film-denuncia anterior, además de ser un film fallido algunas veces, maniqueo otras y que exhibe esos excesos que ya son marca de orillo del autor. Pero así y todo, se desmarca como un thriller que sabe elaborar una tensión creciente y que puede tomarse su tiempo, casi alejándose del mainstream que se hace hoy en Hollywood.
En Sólo tres días Russell Crowe es John Brennan, un tipo al que le meten en la cárcel a su mujer (Elizabeth Banks) por el supuesto asesinato de su jefa y que luego de transitar todos los carriles legales habidos y por haber, tiene que comenzar a aceptar la idea de que el resto de su vida tendrá que verla entre rejas. Eso, o pergeñar una fuga de la prisión de máxima seguridad de Pittsburg que parece imposible. Y John aprende un montón de trampitas vía Internet, se contacta con un especialista en fugas y se intromete con el submundo del delito, entre falsificadores, vendedores de drogas y demás maleantes. Sobre la superficie del film campea una mirada terminal sobre lo que un hombre común es empujado a hacer por culpa de la burocracia judicial. Peligroso.
Pero convengamos una cosa. La premisa del film es totalmente inverosímil, no por imposible sino por absurda. Y a esto, Haggis lo registra con seriedad y solemnidad, como si estuviera filmando un documental sobre el hambre en África. A eso se suma un Crowe ultra concentrado, tenso, que aporta a la respiración áspera del film. El choque entre la intensidad del director y el reparto, y la ridiculez del planteo argumental, contra lo que se puede pensar, termina favoreciendo al thriller. La película se divide evidentemente en dos, y si la primera parte es más un drama familiar con una mirada algo polémica sobre la justicia, en la segunda hora se trasviste de thriller ejemplar de escapadas y corridas, con los protagonistas manteniendo la respiración al límite.
El acierto de Haggis es saber llevar cómodamente al espectador hasta esos últimos cuarenta minutos, en los que Sólo tres días empieza a volar con gran fluidez, entre escenas que no por conocidas (las escapadas en auto, las huidas de hospitales, las salidas en aeropuertos y estaciones de trenes) dejan de generar tensión y suspenso. Seguramente el error del director, que siempre hace una de más -y aquí aparece el Haggis que no nos gusta- es querer atar todos los cabos y dejar una idea tranquilizadora y confortable sobre sus personajes. Cuando toda la película se balanceaba en la duda que generaba el saber si la mujer había cometido o no el crimen que le habían endilgado, una resolución final impide la ambigüedad y, además, coarta cualquier posibilidad de incorrección política. Y en ese movimiento, también limita los alcances de una película que termina sobresaliendo por su buena dosis de entretenimiento sin mayores pretensiones. Mal que le pese a Haggis.